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Fernando Canellada

AZUL ATLÁNTICO

Fernando Canellada

Francisco Cases, en salida

Dramián Iguacén, obispo emérito de Tenerife, conservado en las frías tierras de Huesca tras los cálidos aires canarios, se ha convertido a sus 104 años en el obispo católico más longevo del mundo. A diferencia de los apóstoles mártires a temprana edad, los obispos, con salud, suelen gozar de larga vida liberados de las tensiones del báculo y del peso de la mitra.

Francico Cases Andreu, de 75 años, en salida, se retira a la Casa Sacerdotal de Albacete en cuanto tome posesión aquí el nuevo titular José Mazuelos. Allí continuará sirviendo a la Iglesia desde un papel oculto, como ocurre a los obispos jubilados. Su retiro no supone carga para la diócesis de Canarias ni un problema para su sucesor.

Creyente fiel y lúcido, con ejemplar celo y entrega pastoral Cases sirvió a la diócesis de las Islas Canarias y ha dado lo mejor de si mismo con absoluta dedicación, aunque todavía no ha dicho las últimas palabras.

El hoy administrador apostólico de la diocesis presentó la dimisión como era preceptivo el pasado octubre al cumplir la edad canónica, pero no sospechó que podía ser aceptada tan pronto. Había doce sedes vacantes en la Península y el nuncio Bernardito Aúza se había incorporado a su despacho en Madrid en diciembre. Y además, llegó la pandemia. Cases se encuentra bien y aún le quedaban cosas por conseguir.

Con formación teológica, profesor y formador de sacerdotes es inteligente, de fácil palabra y siempre abierto a ayudar a los más abandonados de la sociedad. Ama su vocación y a su gente, aunque con los curas diocesanos haya cosechado más sinsabores que abrazos. Le estiman, en especial, algunos de los que ha tenido en sus equipos de gobierno, y es valorado por sus colaboradores cercanos como un hombre entregado y trabajador, y de profundas convicciones religiosas.

Buscó siempre el encuentro con los periodistas y con la sociedad canaria y no tenía miedo, ni demasiados consejeros, lo que le ha propiciado algunos tropezones públicos.

Se le podía encontrar tomándose un menú en la calle Peregrina o camiando por la avenida Marítima. No necesitó escuderos ni nadie que arrastrara su maleta, tomaba su coche y se presentaba en una enriscada ermita para suplir a un cura en un día de precepto. Tiene genio, es verdad, como pastor y ordinario en esta Iglesia que peregrina por Canarias hizo lo que creía pero, con humildad, ha sido capaz de reconocer errores. De lágrima fácil, siempre me impresionó su facilidad para el recuerdo emocionado de sus padres, de su infancia y de los jesuitas que le encaminaron a la carrera sacerdotal.

Estos 15 años de pontificado, con un predecesor rompedor con Ramón Echarren, fueron tiempos marcados por dos tragedias que dejan huella eterna: el JK5022 y ahora el Covid-19.

Tengo una deuda de gratitud con Francisco Cases por eso estas líneas se corresponden más a impresiones subjetivas que a un seguimiento de su labor pastoral. Me siento honrado por su confianza, del mismo modo que otros fieles y cristianos comprometidos gozaron de su cordial atención y consejo. El recordado Pepe Alonso, antes de irse de forma precipitada a la Casa del Padre, tuvo tiempo de advertirnos que Cases conectaba mejor con los laicos.

Es conocido que un buen número de sacerdotes diocesanos ha evitado divulgar las críticas al obispo y a su equipo, que se han quedado en murmuraciones en encuentros festivos, retiros y sacristías.

En estos tiempos tan poco proclives a la esperanza, y en los que el virus de la resignación también provoca sus contagios, la mayoría de los curas de la diócesis de Canarias reza por Cases. Que no es poco.

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