La Provincia - Diario de Las Palmas

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PAPEL VEGETAL

Mascarillas obligatorias

Llegué hace unos días a la capital de la costa del Sol desde Berlín, donde pude eludir el confinamiento impuesto a mis compatriotas por la pandemia, y me sorprendió ver la disciplina de la gente, que caminaba por las calles del centro con la boca y la nariz cubiertas con la mascarilla.

En Alemania, el país que sin duda mejor ha superado la Covid-19, uno sólo está obligado a llevarla cada vez que entra en una tienda o un supermercado o sube a un medio de transporte, medidas del todo razonables y que se han demostrado suficientes hasta ahora para frenar la difusión del insidioso virus.

Ha habido allí, es cierto, excepciones, que han obligado a confinamientos, como el brote ocurrido en una conocida empresa cárnica germana que exporta a todo el mundo mientras explota a sus trabajadores, en su mayoría inmigrantes, obligados a trabajar y vivir en condiciones muchas veces infrahumanas.

Pero en las crónicas de los corresponsales en España que leía o escuchaba desde allí se destacaba siempre la extraordinaria dureza de las medidas adoptadas por el Gobierno de Madrid con el confinamiento durante meses de la población, niños incluidos, y su mayoritaria aceptación por los ciudadanos.

Terminó en España el confinamiento y comenzaron a menudear los rebrotes en distintos puntos del país, y algunos gobiernos autonómicos, a los que el central traspasó las competencias, decidieron responder al relajamiento irresponsable y casi criminal de unos pocos, imponiendo a todo el mundo el uso de la mascarilla.

En Andalucía, por ejemplo, así como en otras comunidades, la mascarilla será obligatoria también en los espacios abiertos al parecer hasta que se disponga de una vacuna, lo que equivale a dejarlo para las calendas griegas.

Y será obligatorio su uso no sólo, como hasta ahora, siempre que no pueda mantenerse esa que llaman distancia de seguridad, sino en todas partes, también en los espacios abiertos como las playas.

Que me perdonen las autoridades y los expertos que las asesoran, pero a uno se le antoja un disparate que en lugares donde corre normalmente una brisa saludable haya que ir todo el tiempo embozado.

En lugar de poder respirar libremente a la orilla del mar quien vive el resto del año sometido a la contaminación de la ciudad, le obligan a taparse nariz y boca y respirar su propio aliento.

Dicen que sólo podrán prescindir de la mascarilla quienes hayan salido a hacer ejercicio. Pero ¿qué se entiende por eso? ¿Qué ocurre, por ejemplo, con el paso acelerado de los jubilados que no practican el jogging, pero a los que se ve con frecuencia dando vueltas a los parques.

¿Por qué no se prohíben sobre todo las celebraciones deportivas, los botellones y reuniones masivas en las que corre el alcohol y que actúan como propagadoras del dichoso coronavirus, y se imponen fuertes multas a los participantes?

Habría que preguntarse si se han ponderado suficientemente otros factores importantes: por ejemplo, el efecto de tal medida en la salud de la población en general, incluida la psicológica, y también sobre la economía.

Uno lee, por ejemplo, en La Opinión de Málaga que más de tres mil familias de esa provincia se acogen ya a la renta mínima de inserción social de Andalucía, lo que equivale a un crecimiento del 630 por ciento desde mayo. Son cifras dramáticas sobre las que hay que reflexionar.

¿Se imaginan, en vista de las nuevas circunstancias, que alemanes, holandeses, británicos y otros ciudadanos del norte van a seguir eligiendo a España como lugar de vacaciones, pudiendo optar por otros países mediterráneos donde nadie les multará por no llevar hasta en la playa puesta la mascarilla?

Prohíbanse pues las fiestas masivas, las concentraciones multitudinarias, los grupos descontrolados de personas, háganse campañas de concienciación de los más jóvenes y todos los controles y rastreos que sean precisos, pero permítase a la gente disfrutar de la brisa marina, guardando eso sí la distancia, pero sin tener que taparse nariz y boca como si se tratase de aire pestilente. Vamos, si no, a acabar todos locos

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