Desde la noche de los tiempos, la ira de los dioses se calma con un sacrificio humano, luego simbolizado en un animal, y al final incruento. La ira de los dioses no está fuera, es el impulso homicida que repta por nuestros bajos fondos. La embriaguez de violencia sólo se redime con sangre. Los que se dedican a agitar a los espíritus, desatar la agresividad de unos hacia otros, criminalizar al adversario, ceban esa ebriedad. Cada uno es responsable de sus actos, sí, pero el rayo no salta sin electricidad en las nubes, ni estalla la ola sin marejada. Tanta tensión, tanto odio, tanta pasión cainita, estaban pidiendo una descarga. Dejemos en su paz, si la tiene, a Sarah Palin, que es sólo un peón bastante tosco. Los muertos de Tucson, se quiera o no, han sido sacrificados en un altar levantado, escalón a escalón, por la propia sociedad norteamericana, que sólo ahora se siente redimida.