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Fernando Canellada

La memoria de Lorenzo Olarte

Lorenzo Olarte Cullen fue el protagonista del segundo capítulo del programa Confesiones que dirige Pedro Guerra en la televisión autonómica. El veterano abogado desgranó una serie de episodios políticos y personales dignos de reconocimiento que, no por conocidos e incluso repetidos, pierden su interés en estos tiempos de parlamentarios de Twitter. El programa, al filo de la madrugada del domingo, ha obtenido dignos niveles de audiencia y los espectadores hemos podido revivir la experiencia de una figura política sin igual en Canarias, por su protagonismo en la Transición a la Democracia, por su experiencia en el final del régimen dictatorial y el nacimiento de la Monarquía parlamentaria. Merece la pena escuchar a Lorenzo Olarte. Los 45 minutos ante las cámaras, aunque en horas comprometidas de un sábado de pandemia, dejaron el regusto de sugerentes episodios de una trayectoria interesante con personalidades de la más alta significación.

Aunque para algunos la vida feliz consiste en tener buena salud y mala memoria, el jurista canario nacido en Puenteareas no se encuentra entre esos dichosos. Olarte tiene memoria. Democrática, histórica y la que se le pida. Es su gran patrimonio. La conserva intacta, con lagunas en nombres propios que al final acaban saliendo, pero con una admirable precisión para relatar hasta episodios de su infancia. Mantiene facultades soberbias, que emplea en dejar escritos los capítulos de su existencia. A punto de cumplir 88 años, en esta crisis del coronavirus, se va a proteger con un par de “8”, número de la suerte en China.

Este servidor del Estado, que ha sido presidente del Cabildo de Gran Canaria y del Gobierno de Canarias, de Aviaco, Procurador en Cortesy diputado en Madrid, secretario judicial, profesor ayudante de Derecho y alférez de complemento en La Armada, entre otros servicios a la patria, sale adelante con una pensión mensual de unos 1.000 euros. El golpista Quim Torra, el inhabilitado presidente de la Generalitat, queda con un sueldo de 120.000 euros cuatro años y, cuando cumpla los 65, con una pensión vitalicia de 92.000 euros. Y España nos roba, gritan algunos. A Olarte nadie le podrá arrebatar el honor de su pasado. Ha sufrido cotas de increíble ingratitud, pero su actitud en política, la que predicó y practicó desde los años setenta, aquel centrismo de Adolfo Suárez, sigue estando vigente y resulta tan necesaria, más si cabe, que entonces.

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