La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Al embozado forzoso se le viene a la cabeza Agua de beber, que es el título de una canción cuya letra fue escrita por Vinicius de Moraes y cuya música pertenece a Antonio Carlos Jobin. Agua de beber es una estupenda bossa nova de 1961 y un clásico del género. Pero no son esos los motivos por los que al embozado forzoso se le ha venido el título a la cabeza. La razón por la que se le ha venido a la cabeza ese título es lo absurdo que suena. Acaso ¿hay agua para no beber? El agua siempre se asocia con la sed, pues el agua la calma, y cuando alguien piensa en agua piensa en agua de beber, no en agua de no beber. No obstante, si se analiza el asunto con un poco de calma, y siendo estrictos, sí que hay agua de no beber, el agua oxigenada, por ejemplo, o el agua destilada, o la del mar, que es agua salada. Y no digamos nada de las aguas negras, las aguas turbias, las turbulentas, las putrefactas.

El caso es que “agua de beber” apunta a lo absurdo que es pensar en agua de no beber, y oculta que, en realidad, “agua de beber” es una falsa redundancia, porque hay miles de aguas que no se pueden beber. Y lo mismo sucede con la redundancia que alienta esa figura retórica llamada epíteto, que no es otra cosa que la cualidad que se aplica a un sustantivo que se supone que ya en sí posee la cualidad que mediante un adjetivo se le atribuye explícitamente. Por ejemplo, y transformando el título de Vinicius de Moraes ad hoc, agua “bebible”, o, para variar, agua transparente, donde transparente es un epíteto porque se entiende que la transparencia es una cualidad tan propia del agua como la de ser bebible. Y es cierto, pero sólo en el mundo ideal de la retórica porque, sin ir más lejos, las aguas negras y las turbias antes mencionadas están muy lejos de ser transparentes y bebibles.

Los epítetos tal vez sean ciertos en el mundo ideal de la retórica pero no en la realidad del día a día. Por ejemplo, blanca nieve. La nieve es blanca, pero todo el mundo sabe que después de unos días de invierno la nieve se transforma en nieve negra, mezclada con el aceite de los coches y el hollín de los escapes, o que, si se hiela, adquiere un tono grisáceo y una pátina resbaladiza muy peligrosa. Los leones son fieros sólo en el mundo de los humanos, que transfieren a los animales las cualidades que les son propias, pues un león podrá matar para alimentarse, pero la fiereza o la crueldad son cualidades atribuibles sobre todo a la humanidad. Casi lo mismo sucede con “perro faldero”, que esconde la esclavitud de los canes que pasan el día haciendo pereza por obligación, o con “frío invierno”, pues cada vez los inviernos son más cálidos, o con “abrasador desierto”, cuando se sabe que las noches desérticas son especialmente frías (otra cosa, muy distinta, piensa el embozado forzoso, sería “abrazador desierto”)

Los epítetos atribuyen cualidades que se dan por consabidas y que se consideran innatas de personas, animales o cosas pero que en realidad no lo son. Ocultan los epítetos el poder de quien lo aplica, aunque ese “quien” no tenga que ser necesariamente un individuo, sino, por ejemplo, un grupo humano o una cultura. La idea de blanca Navidad es absurda, pues hay navidades playeras, cálidas, veraniegas, en las que la nieve es inexistente. En una ocurrente viñeta que Nicanor Parra escribió en inglés, el autor chileno pone sobre la palestra el absurdo que se oculta en la frase, que es lugar común y se acepta como si nada, “fighting for peace”, al compararla con el evidente absurdo de una frase novedosa, “fucking for chastity”. Vamos, que pelear por la paz es tan absurdo como follar por la castidad.

Y así podría estar el embozado forzoso durante horas y horas, días y días, semanas y semanas, años y años, pues la vida está plagada de epítetos que ocultan lo que la realidad en verdad es. Se afirma que la justicia es ciega, pero, acaso ¿lo es?; que la cárcel es un edificio de confinamiento, pero, acaso, la sociedad misma, ¿no tiene algo de carcelario?; que todos somos iguales ante la ley ¿lo somos? El trabajo dignifica, sin duda, pero dependerá de sus condiciones; hacer el bien sin mirar a quien es correcto, pero habrá que medir hasta dónde debe llegar la generosidad; todos somos iguales, sí, al nacer y al morir, pero no todos somos iguales, más bien todos somos distintos y, en esa diversidad, como en la biodiversidad planetaria, está la riqueza ecológica del planeta y de las sociedades, aunque, a veces, con tanto energúmeno suelto, cueste creerlo.

Compartir el artículo

stats