La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Lamberto Wägner

Tropezones

Lamberto Wägner

Eva

Este fue el verano en que murió Eva. Mi prima Eva era el miembro más querido de la familia que me queda en Suecia. Varias veces abuela y bisabuela, era un personaje de los que se da tal vez uno por generación, por lo mucho que para muchos llega a significar. Hace unos días se celebró su entierro, en un evento civil con asistencia de las 50 privilegiadas personas que el reglamento del Covid permite actualmente en Suecia. Gracias a la tecnología digital se nos permitió participar telemáticamente en directo a los que como mi familia vivimos dispersos por el mundo. Como no soy amigo de obituarios me quiero detener en la emotiva ceremonia, especialmente entrañable por haber participado en su diseño la propia Eva, conocedora de su inminente devenir. Al habérsele detectado un aneurisma de aorta inoperable menos de dos años antes, llevaba con entereza su sentencia de muerte, como una inexorable bomba biológica. Con su explosiva vitalidad y simpatía, no le importaba proclamar: ”Algún día tenemos que morir, pero mientras tanto...¡hemos de vivir!”. Lo que no dejaba de poner en práctica con toda su alma. Eva no era religiosa, pero sí percibía una armonía existencial, una suerte de panteísmo donde cada parcela de la vida y la naturaleza tenía su sentido compartido y merecía por tanto respetarse. Por todo ello quiso que su última despedida tuviese lugar en una iglesia sin cruces, donde en su día diera ella misma su adiós a una amiga querida. Sin entrar en detalles morbosos, manifestó a sus hijos sus preferencias musicales, que se materializaron en idealistas canciones de John Lennon -Imagine, Because- o evocadoras baladas como el emotivo Sounds of silence, tan presente en las vidas de nuestra última generación, sin olvidar alguna tonadilla local, cómplice de pasadas andanzas.

Ya sé que para algunos puede sonar a blasfemia, pero no me cabe duda que las cotas de espiritualidad alcanzadas a lo largo de todo el sepelio fueron infinitamente más altas que por ejemplo un entierro concertado en una iglesia, a cargo de un sacerdote desconocido. De esos que a menudo inquieren en el último minuto sobre el nombre de pila del finado, pasándose luego de familiares en su homilía de difuntos; “Estamos aquí para despedir a nuestro querido Manuel”, como si le conocieran de toda la vida. Una de esas situaciones, que podrían provocar alguna boutade, como la del padre de un amigo mío;”yo soy ateo, gracias a Dios”.

En la ceremonia cantaron amigos de Eva, leyeron poemas sus nietos, interrumpida alguna lectura por un llanto tierno e irreprimible, y la presentación corrió a cargo de una de sus mejores amigas, que nos contó desconocidas anécdotas compartidas. Como por ejemplo cuando la acompañó en ese mismo local en el sepelio de una compañera común, y Eva ante el acogedor entorno del salón, asomado a un jardín de insolente belleza, no pudo sino acordarse de aquellos desafortunados semejantes a los que sus penurias les negaban una despedida digna. Anécdota que para todos nosotros cobró una fuerza multiplicada, en el recuerdo de tantas muertes provocadas por el Covid en un medio hostil y anónimo sin el calor de ningún allegado en el momento final en que más lo necesitaban.

Me sentiré siempre enormemente afortunado de haberte conocido, querida Eva.

Compartir el artículo

stats