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Fernando Canellada

Fernando Méndez

Fernando Méndez, como los maestros de la tauromaquia, después de una gran faena, podría haber lanzado su montera al ruedo y decir, con su característico tono de voz: ¡Ahí queda eso! Por sus obras los conoceréis, se lee en el texto evangélico. Nada mejor para saber quién era el diseñador fallecido el jueves, a los 63 años, en Las Palmas de Gran Canaria.

Con Fernando Méndez no solo desaparece una personalidad de la capital sino que se va un artista que revolucionó el carnaval de Las Palmas de Gran Canaria, como han certificado sus colegas y protagonistas.

Siempre respetuoso y cordial, generoso, detallista, con un estilo inconfundible. Y como James Bond, siempre rodeado de mujeres esbeltas, con estilo y elegancia, Fernando era grande y humilde al mismo tiempo. La sencillez y naturalidad reflejaban su interior. Los maestros, y lo era en su profesión, se distinguen por ser modestos y discretos.

He tenido la suerte de ser objeto de la generosidad de Fernando Méndez. Sabía hacerte sentir que eras amigo de siempre. Desde que le conocí en las vísperas de un carnaval, comprendí que estaba ante una persona excepcional, interesante y muy especial. Desde aquel día siempre hemos estado en sintonía. Celebrábamos la onomástica, el Día de Canarias, y compartíamos deseos y esperanzas de una tierra próspera.

No son muchos los que, como Fernando, han lucido esa capacidad de distinguirse por su cordialidad y resultan aún más escasos quienes dan muestras de lo que los clásicos llamaban buena educación, que es el reverencial respeto a los demás.

Hay que subirle al pedestal en Canarias y elevarle a lo más alto del recuerdo popular por su labor profesional, su perfección técnica y su exquisita cortesía, algo que resulta raro por infrecuente en un ambiente en ocasiones colindante con lo ordinario y donde la zafiedad se cuela en manifestaciones festivas. En el carnaval acaparó el éxito del gran público, de los jurados y especialistas, sensible a la música y a la cultura, Fernando emocionó a todos con sus creaciones. Aquel niño de Schamann, aquel príncipe encantador, se convirtió en un señor y triunfó en los salones dorados del Gabinete Literario con simpatía y naturalidad, y sin un gesto de suficiencia. Jamás el éxito se le subió a la cabeza y nada enturbió sus sueños.

Gracias a su esfuerzo personal y a su sabiduría artística ofreció a su ciudad espectáculos de máxima calidad. Ha sido un hombre que no quiso ser otra cosa que un artista, un diseñador, un promotor de bienestar que amó por encima de todo su oficio. Hacía lo que sabía y sabía muy bien lo que hacía. Siempre respondía con la misma humildad en las noches de la Gala de la Reina, ya fuera el triunfador o un distinguido en la derrota. Le cabía el carnaval en la palma de la mano, aunque la sangre del espectáculo desbordaba su corazón.

Fernando Méndez era discretamente religioso, a su manera, y con una especial devoción a la Virgen de los Dolores. Esa madre que tanto le inspiró y consoló. Su vida interior estaba llena de bienes espirituales y culturales, de una sensibilidad en el alma que le permitía para salir de sus noches oscuras y alcanzar la llama de amor viva.

Te has ido, querido Fernando, sin hacer ruido, como tantas miles de víctimas del coronavirus, cuando ya preparabas tu nueva fantasía para el próximo carnaval de la pandemia. Te hubiera emocionado leer estos días LA PROVINCIA. Muchos te hemos acompañado con lágrimas en el corazón, con una oración a la Virgen y con una copa en la mano de Dom Perignon, el champán que te encantaba.

Echaremos de menos a Fernando Méndez, pero siempre nos quedarán sus creaciones y su historia. Y antes de que se pierda en un recodo del callejero, tal vez algún premio de los muchos que se entregan en el Carnaval pueda llevar su nombre. Descanse en la gloria eterna que se ha labrado, este hombre de bien que deja a esta ciudad y a su carnaval huérfanos de su talento y con un recuerdo imborrable.

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