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Lamberto Wägner

Tropezones

Lamberto Wägner

Chauvinista

Me vienen reprochando últimamente que no me corto un pelo a la hora de arrimar el ascua a mi sardina sueca, no dejando pasar la ocasión de ponderar las excelencias de mi país.

Yo creo que no es del todo justo.

Puede ser cierto que al preguntarme sobre mis antepasados vikingos, me haya explayado sobre la superioridad naval de sus drakkar, las panzudas embarcaciones de quilla plana que les permitieron colonizar Groenlandia, y navegar los primeros hasta el nuevo mundo. O remar río arriba con dos palmos de agua de calado, para sorprender con sus incursiones a los despavoridos ribereños. Como tal vez haya mencionado las cotas de malla de su equipamiento de guerra, cuyo ingenioso diseño de anillas de acero imbricadas neutralizaba al mandoble más potente de la época, garantizando a los vikingos casi tres siglos de hegemonía bélica en toda Europa.

Sí que creo haber mencionado de pasada el árbol más longevo conocido, casualmente radicado en la provincia sueca de Dalecarlia, al que se le calculan más de 9600 años, merced también a un insólito proceso de recurrente autoclonación. Y no puedo negar que tal vez por alusiones, dicho fenómeno me llevara a mencionar a Linneo, el famoso naturalista, por cierto también sueco, considerado el padre de la botánica moderna.

Y escribiendo en un contexto más amplio sobre la historia de las libertades, no me extrañaría haber resaltado la Ley para la Libertad de Impresión dictada en Estocolmo en 1766, por representar la primera ley de protección de la libertad de expresión en el mundo,

Al comentar algunas facetas del pujante industrialismo occidental es posible que no pudiera dejar de mencionar algunos de los hoy imprescindibles descubrimientos de mis antepasados, como la dinamita, los rodamientos a bolas, la cremallera, el motor trifásico u otros inventos igualmente beneficiosos para la humanidad. Inventiva que tal vez infiriera haber podido perdurar hasta nuestros días, con hallazgos como los envases de cartón y aluminio tetrapak, omnipresentes en el paisaje doméstico de casi todos los países civilizados.

Si tal vez he tenido que referirme a alguna proeza deportiva de mi país, lo ha sido casi por obligación: conociendo mi interés por el tenis, me han puesto mis amigos en algún brete, por lo que no he tenido más remedio que elaborar algo sobre el mérito, para una nación tan pequeña como Suecia, de haber conseguido no menos de siete copas Davis, habiendo llegado hasta la friolera de catorce finales en dicho deporte. Y en la década de los 70 y 80 creo haber recordado que entre los 10 mejores tenistas del ranking mundial no era raro que figuraran 4 o 5 suecos, además de algunos números 1, podio que llegaron a disfrutar sucesivamente no menos de tres o cuatro jugadores distintos.

Como verán, no creo que se me pueda tildar de chauvinista, siendo las circunstancias las que me han podido abocar en alguna ocasión a sentar testimonio en mi columna de los jueves del innegable talento de mis compatriotas.

¿Por cierto, sabían que la mal llamada “llave inglesa” también es un invento sueco?.

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