Nadie en la casa recuerda haberla visto cariñosa con los animales domésticos. Por ejemplo, su nieto le decía “abuela qué bonito canta el pájaro” pero ella, como quien oye llover.
Un día su hijo le regaló un perrito manejable y parece que por Rabuja, así se llama el chucho, tenía cierta debilidad. La justa. Sus hijos dicen que nunca ha sido cariñosa pero a las madres se las quieren como son, y a otra cosa. La mujer se ha ido quedando sola, sus hijos trabajan fuera de la Isla y ella no quiere salir de su casa y vivir con uno de sus hijos en La Gomera. Es mal amañada pero más lista que el hambre. Un día decidió que la mejor compañía para combatir la soledad sería adoptar otro perrito que la acompañe, que la obligue a dar paseos, los dos juntos, uno primero y otro después. Alguien le ha dicho que hay comida para perros, una alimentación equilibrada y más cómoda, y no dudó. Con los perros se enfada cuando ve que uno tiene intención de comerse la mitad de sus zapatillas o cuando el otro dedica las horas guardando entre su manta todo lo que va encontrando en el suelo. Ella está muy agradecida con ese animal que le roba una joya; que le esconde un anillo, una pulsera… El conflicto acaba siempre con un riña y de colofón, risas.
Hoy escribo esto tan ñoño porque uno de sus perros está malito. Se escapó de casa y lo golpeó un motorista. Poco cuerpo para dos lesiones. Lo operaron el jueves y ella no quiso que el animalito pasara la noche en el veterinario, no. Él tiene familia y la mujer quería que la viera a su lado cuando despertara. Sus hijos están asombrados con el cambio de su madre. Uno de ellos comenta orgulloso: “Ese perro le ha sacado a mamá una ternura que desconocíamos”.
