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Guillermo García-Alcalde

Pequeña memoria de un elegido

Hombre de radical ejemplaridad, intelectual de muy vasta cultura y artista de enorme talento, a Cristóbal Halffter debe España el acceso definitivo de la creación musical retardataria de la primera mitad del siglo XX a la contemporaneidad del mundo culto. Ocurrió esto en 1960, con el estreno en Madrid de sus Microformas para gran orquesta. El escándalo descomunal en las filas del conservadurismo situó para siempre su nombre y obra en el vértice de la música viva y la experimentación de todas sus variables formales, filosóficas y tecnológicas. Pocos años después era tan sólido su prestigio mundial que la ONU le encargó la composición de una cantata, por él titulada Yes, speak out, yes para conmemorar los veinte años de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

Aquel escándalo de puesta al día de la música española me movió a invitarle a hablar del tema en el aula musical del Ateneo de Oviedo. Ese fue el comienzo de una amistad que se hizo entrañable, a despecho de las distancias geográficas. Nos encontramos muchas veces, a instancias suyas o mías, para pensar y dar forma a alguna iniciativa, o simplemente hablar de música y del mundo en general. Su calidad humana trascendía en circunstancias gratas o ingratas, inolvidables las primeras y también las segundas por su generosa caballerosidad. El disgusto con la dictadura era frecuente y le hacía salir del país para una larga temporada de autoexilio que finalmente se hacía muy corta por la nostalgia. Las arbitrariedades e injusticias, incluso las amenazas veladas del franquismo le ocasionaban un disgusto insuperable que trascendía a la tonalidad indefinible de su música.

Volvía a su patria, a sus amigos y a la historia espiritual de España desde las perspectivas de Américo Castro, el pensamiento de Zubiri y el reconocimiento de la necesidad de su propio liderazgo en el espacio de contemporaneidad que él había devuelto a la música española. Y ello sin dejar de ser un experto inigualable en la ética y la musicalidad de los gigantes españoles del pasado. Si no en toda, en buena parte de su creación aparecen los ecos de aquella edad de oro que en sutil reelaboración de forma y armonía parecían inspirar las combinaciones y sonoridades de la vanguardia del siglo XX. Una de sus obras más populares, Tiento y batalla para gran orquesta, ejemplifica estas fusiones de materiales con tres o cuatro siglos de distancia , llevando a la macroorquesta dos motivos de sendos organistas del XVII.

Su conversación era en sí misma un bien cultural y una invitación a la felicidad intelectual. Recibí frecuentes testimonios de su aprecio en las numerosas ocasiones en que me ofrecía trabajos de investigación musical, ya fuese para el Colegio de Eméritos de Madrid o para los cursos que él dirigía cada verano en Villafranca del Bierzo, donde recuerdo haber tocado temas tan distantes como el nacimiento de la ópera con el Orfeo de Monteverdi, o todo el bloque de obra no serial de Schönberg.

Allí, en la capital del Bierzo, está el castillo del marqués de Villafranca, heredado por su esposa y madre de sus tres hijos, Marita Caro, descendiente del marqués de señalado papel en la vida española de siglos antes. Ella era una gran pianista, intérprete favorita del piano de Cristóbal, además de persona de finísima inteligencia absolutamente entregada al esposo y los hijos, Pedro Halffter Caro entre ellos, que fue muchos años excelente director titular y artístico de la Orquesta Filarmónica de Gran Canaria.

Marita antecedió en pocos años a Cristóbal en su viaje astral, y desde entonces vive él recluido en el castillo su Villafranca, donde no ha dejado de componer a pesar de la sordera que, como a Beethoven, le enfrentó a la cara más oculta de la música. Será un acontecimiento el estreno de ese trabajo en el más completo retiro, con sus enormes papeles pautados llenos de los trazos siempre manuales de sus partituras, que nunca quiso confiar a las facilidades cibernéticas.

En su casa de Madrid comentamos alguna tarde los términos y contenidos del programa de mano para el estreno en Kiel, de su segunda ópera, Lázaro, cuyo texto quiso encargarme. Por razones de trabajo no pude ir al estreno, pero allí estuvieron mis inolvidables Lothar y Liliana Siemens, que me dijeron haber presenciado algo excepcional. Sí estuve en su primera ópera, Don Quijote, estrenada en Madrid para la inauguración del Teatro Real reformado, con la batuta de Pedro y una deslumbrante escenografía de Wernicke. Esta si la vi y comenté en una crítica.

Cristóbal gustaba de contarme sus novedades, sus obras a punto de estreno y los momentos iniciales de algunos proyectos. Este fue el caso, por ejemplo, de los Siete cantos de España, encargados por Rafael Nebot para su estreno absoluto en el Festival de Música de Canarias. Estábamos en Alicante, siguiendo el Festival de Música Contemporánea que dirigía su gran colega Tomás Marco. Cuando me dijo que aquellas siete páginas de revisión vocal y sinfónica de otros tantos poemas de la antigüedad hispánica, le pregunté en qué cantantes pensaba para su estreno: «¡En María Orán!», exclamó. Era la soprano española de mi preferencia, otra amiga del alma y una artista absoluta.

No recuerdo ahora cuántas ni cómo fueron otras conversaciones con Cristóbal Halffter, pero con este humilde memorial he conseguido que la memoria apague por unos instantes la pena profunda de perder a un amigo entrañable, que ha sido, además, un elegido, un artista genial, y un ser humano simplemente inolvidable. A Pedro y sus hermanos expreso mi profunda condolencia. También a la Música.

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