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Juan Cruz Ruiz

Testigo de calle

Juan Cruz Ruiz

«Isaac de Vega era el reposo, Rafael Arozarena era la fiesta»

Un año ha tardado Granadilla de Abona, donde el sur se comunica con el Teide y con el frío, en celebrar el centenario de uno de sus hijos más misteriosos y geniales, Isaac de Vega, que hablaba aun menos que Juan Rulfo y que fue tan genial como el autor de Pedro Páramo. La pandemia de todos nosotros, que ha puesto al mundo contra la pared, retrasó la celebración hasta este viernes último, de la mano del ayuntamiento y de editores y activistas culturales (Ayose Suárez, Alejandro Martín) que comparten con muchísima gente, y no sólo en Canarias, la admiración por el autor de Fetasa. Un documental, Fetasianos, realizado por David Baute, y un coloquio que tuvo de maestro director a Eduardo García Rojas, nos puso a hablar a Ignacio Gaspar, excelente novelista, y a este periodista isleño, sobre la figura de Isaac y también de esa legión de unos cuantos que fue el fenómeno Fetasa, del que aquella famosa novela de Isaac de Vega es tan solo una muestra, aunque extraordinaria. La otra gran figura de ese movimiento literario, que era todo y nada a la vez según decían ellos mismos, fue Rafael Arozarena, y la amistad entre ambos fue ejemplar y emocionante. Ejemplar también para los escritores que hoy, llevados por el hecho de que ya salir no importa para hablarse y encontrarse, viven en la distancia para precipitarse en el desdén o en el olvido.

Esa época en que surgieron la novela y ese movimiento lleno de misterio hizo posibles encuentros como el legendario peregrinaje por la vida de Isaac y de Rafael, tan bien retratado en el documental de Baute, donde ambos coinciden para hacer presentes la diversidad de genios que ambos significaron en la historia de la literatura hecha en Canarias. Como dijo Cándido Hernández, promotor que fue de la editorial Benchomo, al final del coloquio celebrado en lo que fue un convento, «la vida fue una fiesta con Rafa y un reposo con Isaac» en aquellas tertulias que celebraban en la cafetería Arkaba, a espaldas del mar. Allí Arozarena llevaba sus historias fantásticas, sacadas de la realidad, como su novela Mararía, e Isaac, el más fetasiano de todos, y autor de Fetasa, además, aportaba su silencio y la presencia de su perro al que (como señaló Ignacio Gaspar), cuando él tomaba un whisky, convidaba a un vaso de agua. Allí tan ilustre silencioso mantenía la postura del que está y a la vez se está yendo, hasta que al fin decía «hasta luego, muchachos» y se iba como parte de la noche.

Ese Isaac callado, sin embargo, habló mucho, y muchos lo escuchamos, como se advierte en el prólogo que hizo Jorge Rodríguez Padrón a la edición que hizo Intersinsular de la más famosa de sus novelas. En ese estupendo prefacio, hecho con la generosidad y rigor que acostumbra en todo lo que toca, Rodríguez Padrón aporta muchas citas de entrevistas que el más impresionante de los autores canarios de los últimos setenta años, y ahí se escucha a Isaac decir de la vida y de la muerte, de sus obsesiones y de sus libros, y aunque no fueron abundantes ni sus declaraciones ni sus confesiones, basta ese ramillete de frases, tan escuetas como las que dejó Rulfo para la historia, para encontrar en ellas un compendio suficiente de sabiduría narrativa, basada en el sentido común revolucionario con el que ahuyentó la funesta tentación de darse importancia. En algunos de esos encuentros nocturnos que protagonizaron él y Rafael Arozarena, Isaac mostraba ese contento de estar, pronunciando de vez en cuando señales casi incomprensibles de lo que se le venía a la cabeza, como si estuviera interpretando jeroglíficos verbales que sólo podían traducir los más íntimos. Él y Rafael eran como los personajes de Samuel Beckett, o el propio Beckett, partidarios del silencio pespunteado por el sonido de sus suelas al marcharse.

Ellos dos, como se explica en el documental y como pasó en la vida, emprendieron de pronto un insólito viaje que fue la vuelta a la isla de Tenerife, que ocurrió cuando a Issac de Vega se le vino a la cabeza que tenían que hacer algún trayecto a partir de ese mediodía en que apareció por la casa de su amigo con los pies descansados. «Vamos a dar una vuelta». En el documental (como en la vida) Issac dijo poco de ese lance, pero Rafa, que de todo hizo una historia, se explayó para contar todos los vericuetos del camino mientras abordaron esas andanzas que no tenían otro objetivo, como aconsejaba Kavafis, que el de abordar un trayecto, no el de llegar a ningún sitio en concreto. Acaso ese relato verbal y animado, desigual de palabras, fue la novela que abordaron ambos, cuyo título y desarrollo tiene tan solo sus nombres propios y el trasfondo de una amistad extraña y extraordinaria.

La obra de Isaac de Vega es amplia; cuesta encontrar sus libros también entre nosotros, como señaló atinadamente Ignacio Gaspar. Yo mismo supe que el pasado jueves había un solo ejemplar de Fetasa en todas las librerías insulares, y creo que en su rastreo por las librerías españolas el propio Ignacio no halló sino una única librería que acogiera obra del maestro callado. Es una desgracia, claramente, que contrasta con la importancia de Isaac de Vega y en concreto de esa novela que es mucho más que el emblema de un movimiento: es un monumento en sí mismo, de valores comparables a los que adornan la obra, Pedro Páramo, que arrojó el colombiano Álvaro Mutis sobre la cama de su paisano Gabriel García Márquez que decirle a éste que la leyera para aprender a escribir.

Canarias no ha tenido nunca, me parece, una industria cultural estable, debida a iniciativas privadas o públicas, porque los gobiernos de la democracia han hecho sus propias ediciones, pero no ha sido capaz de estimular un entramado que aglutinara una red de librerías y editoriales que pusieran en valor la producción propia, que desde los 60 empezó a abundar, en el ámbito narrativo, en las dos islas mayores.

Ese asunto ocupó la última parte del coloquio en torno al centenario de Isaac de Vega en Granadilla. No me enredo más en él porque estas discusiones las carga el diablo y es mejor imitar a Isaac en el silencio y a Rafa en la fiesta, y dejar aquí asentada la gratitud a quienes han amplificado hasta ahora la voz de aquel hombre callado que aun tiene tanto que decir sobre el silencio que habita la roca isleña.

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