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Humberto Hernández

Observatorio

Humberto Hernández

¿Traducir el dialecto canario?

Es posible que cada vez que he tratado cuestiones de variación lingüística haya puesto toda la atención en aquellas diferencias que vienen dadas por factores de tipo geográfico: he hablado de la existencia de una serie de dialectos del español entre los que se dan claras variantes para un mismo significado (mascarilla / tapaboca / barbijo / nasobuco, que son ejemplos muy actuales); de las que se observan dentro del mismo dialecto (chuletada / asadero; enyugarse / añusgarse; torrontudo / cocudo; rosca / cotufa); en el seno de las hablas insulares (picón / granzón / zahorra / jable), y hasta en modalidades más restringidas a circunscripciones que solo alcanzan el ámbito de una localidad (folelé / caballito del diablo; tabobo / papapús). Sin embargo, no me había ocupado de la variación que se produce por otras circunstancias, como lo son las de índole sociocultural, modalidades lingüísticas que dentro de una lengua y, por supuesto, en un mismo dialecto dan lugar a los denominados sociolectos. Se da, además, la variación por razones de adecuación de los mensajes a las diversas situaciones comunicativas, los llamados registros, que suponen una selección de elementos lingüísticos (fónicos, gramaticales y léxicos) según el grado de mayor o menor formalidad que deseemos imprimir a nuestras manifestaciones lingüísticas.

Así, por ejemplo, dentro del español general, los sinónimos (palabras distintas que comparten el mismo significado), suelen presentarse como las posibilidades que ofrece la lengua para que un mismo contenido aparezca verbalizado de la forma más adecuada a cada situación comunicativa; así, disponemos, por ejemplo, de la serie sinonímica can, perro, chucho; o litigio, riña, pelotera, cuya elección depende de la mayor o menor formalidad que requiera el contexto. Con frecuencia, en el conjunto de palabras elegibles pueden encontrarse canarismos (voces específicas del español de Canarias), y, cuando ocurre así, se añade una posibilidad estilística más a las que ya nos brinda la lengua general, como ocurre con las siguientes grupos de sinónimos: pira, hoguera, fogalera; nuca, cogote, totizo; salmodia, cantinela, guineo. Los canarismos fogalera, totizo y guineo añaden a lo expresado un matiz de proximidad o familiaridad, por lo que estos dialectalismos, muy apropiados para situaciones comunicativas de poca formalidad, no suelen tener presencia en la lengua escrita ni en los diccionarios generales. Es este distanciamiento de la lengua general lo que los convierte en las voces más emblemáticas del dialecto, y se olvida que también lo general es componente muy importante de la modalidad, pues son canarias, cómo no, aunque no canarismos, las palabras hoguera, nuca y cantinela.

Conviene, pues, que seamos conscientes de la existencia de estas diferencias diastráticas (así las denominamos en el ámbito de la lingüística), para utilizar el canarismo en el sociolecto y el registro más adecuados. Así, por ejemplo, voces como almogrote, mojo, gofio o tajinaste pueden aparecer en cualquier contexto y en cualquier situación, pues son propias del estándar del dialecto canario y no presentan alternativas en el español general, al que por propio derecho pertenecen. Otras como consentido (‘vanidoso’), creyón (lápiz de color’), botar (‘tirar’), entullo (escombro), cuerada (‘paliza’) o trulenque (‘jarana, diversión’) poseen connotaciones coloquiales; y más propias de un registro familiar estarían agoniarse (‘angustiarse’), barrenillo (‘obsesión’, ‘idea fija’) y matraquilla (‘insistencia molesta’). Por supuesto, como en el español general y como en otras modalidades del español, hay canarismos malsonantes y con claras connotaciones vulgares y hasta insultantes: encochinarse (‘enfadarse’), cargacera (‘borrachera’), y otras de significados harto conocidos como pollaboba, machango y tolete.

Estas diferencias en el uso se extienden también a otras expresiones y a nuestro rico refranero. Cualquiera podría advertir que expresiones como «que nunca las mañas pierdas», «el árbol se enderecha cuando es chico», “gustarle a alguien la papita suave” no presentan las connotaciones coloquiales, que sí poseen otras como «arrancar la caña» o «arrayarse un millo». Las hay también que están próximas a la vulgaridad: «joder la pavana» o «el que quiera lapas que se moje el culo», por no citar otras con mayor predominio del componente escatológico.

Si bien la existencia de estas diferencias hay que entenderlas como posibilidades que nos ofrece la lengua para que el mensaje se presente adecuado a cada situación comunicativa, suelen identificarse erróneamente las palabras y expresiones de los sociolectos y registros más bajos del dialecto con lo verdaderamente canario, confundiendo lo dialectal con lo vulgar: «jíncate una papa» o «arrejálate pallá» son expresiones mucho más canarias ―se piensa― que «cómete una papa» o «sepárate un poco». De ahí que muchos hablantes, reconociendo el dudoso buen gusto de tales expresiones en contextos formales, culpen al propio dialecto o al campesino canario de su propia falta de pericia lingüística y de la poca valoración de su modalidad: «como se dice en Canarias», o «como dice el mago», son justificaciones frecuentes ante el uso inadecuado del canarismo.

Para contribuir a eliminar las barreras diastráticas han surgido los traductores del canario. Estos son algunos ejemplos de los populares «diccionarios bidialectales», algunos de los cuales se ofrecen como reclamo publicitario en determinados productos de patente canaria, y copio literalmente ejemplos de sus artículos: «Estoy t’o fañoso» (Traducción: Hablo con pronunciación nasal, constipado, resfriado)»; «Chaachooo fuerte solajero” (Traducción: madre mía, hace un sol constante e intenso, es decir, un sol de justicia)»; «Ñosss si es chorba…!» (Traducción: Fíjate qué mujer más atractiva)». Y les aseguro que no es broma, como tampoco parecía serlo una carta que hace un tiempo cayó en mis manos; un texto que una funcionaria de una institución insular en respuesta a una misiva escrita en catalán en el que se reclamaba el importe por unos servicios prestados, en justa reciprocidad remitió “en canario”, a la de Barcelona, una respuesta de esta guisa: «¡Oh!, ¿qué pasó? Ño, chacho, la carta que nos enviaron ustedes pidiéndonos los datos de 2006 a declarar en el modelo 347 estaba un fisco fule de entender, cámbate las patas. A lo primero pensé que estaba aguanajada al no entender nada y pensé en meterla en la gaveta y echarle el fechillo, pero me fui dando cuenta de que el palique de la carta era en …catalán. ¡Chiquito palique! […]».

Es verdad que el asunto tiene guasa y hasta podríamos entender que la descortesía de la institución catalana obtuviese en correspondencia la cómica respuesta; sin embargo, no la justifica porque puede dar pie a que se confunda uno de los sociolectos bajos de la modalidad canaria con la totalidad del dialecto. En español de Canarias se ha escrito, y se sigue escribiendo, una excelente literatura, y seguimos comunicándonos con propios y foráneos, muy bien, ¡vaya que sí!, sin necesidad de traducciones ni de explicaciones intertextuales que denuncian un deficiente conocimiento del dialecto, esto es, del español, o que se le tienen poco aprecio a las aportaciones lingüísticas propias, que constituyen uno de nuestros valores patrimoniales.

Sorprende por eso que en sede parlamentaria se utilizaran todos estos recursos denigratorios de los que hemos venido hablando. El orador, en este caso, tras expresar su desagrado por volver a un tema tratado en una sesión anterior, sobre el español de Canarias, por cierto, dice: «Hoy volvemos a tratar este asunto, ¡échale mojo!». Más adelante empezamos ya con las traducciones: «ni me enfado ni me amulo, que significa que no me indigno…». Y más canarismos de aderezo: «Este Gobierno de Canarias que está en sus despachos sin jasomar el jocico, otra palabra canaria, vaya por Dios». Y, más adelante, más traducciones, que no podían faltar: «Ustedes, con calma, o como se dice en canario, al golpito»; y para terminar «[…] vea el futuro canelo o negro, o que vea la cosa torcida o cambada…». Son algunas de las canarias perlas.

Yo no sé si la carta dirigida a los catalanes se envió al final y si surtió el efecto irónico esperado, pero sí sé que lo que escuché aquel día con aquel motivo en el Parlamento de Canarias más que sonrisas a mí me produjo un enorme sentimiento de tristeza.

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