La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Ángel Tristán Pimienta

Papanarismo forestal

Iba a titular ‘papanatismo forestal’, pero la presunta ‘inteligencia artificial’ sumergida en este Mac tradujo por su cuenta y ningún riesgo ‘papanarismo forestal’, que viene a ser, lo confieso, más exacto y además más ajustado a la realidad arbórica festiva del ecologismo de oficina. En fin, el ‘papanarismo’ coexiste con una variante radical, muy propia de estos tiempos extremos, el racismo forestal.

La primera vez que fui consciente de este peligro fue en Galicia, durante el año que estuve de ‘paracaidista’ subdirector de ‘Faro de Vigo’. La aparición del nacionalismo, con el gran empuje socio-electoral del BNG, trajo consigo un abanico simbólico que puso el acento, a mi parecer de testigo presencial, en el idioma y en lo verde; en este último tema, condenando a los infiernos a la variante agrícola de mayor peso en el PIB gallego: el cultivo del eucalipto, principalmente como materia prima para pasta de papel.

En un debate al que me invitaron me mostré de acuerdo con los integristas que veían en este árbol a un invasor extranjero que, encima, ‘provocaba’ tremendos incendios. Alabé la valentía del Bloque y de Esquerda Galega al defender esta posición, porque por la misma regla de tres muy simple habría que arramblar con las papas, los kiwis, etcétera. Quedan las berzas, claro.

Hay que ver: la crisis de los periódicos impresos se ha visto compensada por la enorme demanda de envases de cartón, por el auge impresionante de las ventas por internet y, no se rían, por los rollos de papel higiénico. Además parece que un poco a trancas y barrancas el periodismo en hojas resiste. Como en la ropa después del invento del Tergal, las fibras naturales conviven con las artificiales en todas las tiendas de ‘vestir’.

Además es incierto que los eucaliptos provoquen los grandes incendios: son los pirómanos, casi siempre, o los descuidos de excursionistas o la quema de rastrojos sin vigilancia de ‘pronto auxilio’, o los tendidos eléctricos en verano, los que provocan la chispa que acaba por quemar el monte. Sea de eucaliptos o de los muy gallegos carballos. En Canarias ha habido incendios tremendos, y solo se han quemado pinos, laurisilva, palmeras… Arde lo que hay.

Viene todo esto a cuento de que hace unos días se celebró en Santa Cruz de Tenerife un debate sobre una enfermedad que está afectando a muchos de los soberbios laureles de indias de la capital tinerfeña. Unos gigantes, verdaderos monumentos de la naturaleza, que en los últimos años están enfermando por ‘misteriosos’ males.

Esto, lo de los árboles que se mueren de pie, es algo que me preocupa desde hace años, y que se ve venir a poco que uno mire cómo se les trata tan irresponsablemente en muchas ciudades; en realidad en casi todas, incluyendo algunos pueblos que quieren sentarse en bancos como los blancos.

En esa mesa redonda estaba una bióloga que sostenía que eso les pasa a los laureles de indias porque no son canarios, sino cubanos, y que en consecuencia lo que habría que hacer es sustituirlos por endemismos de esta parte de la Macaronesia, tanto física como mental. Pues macaronesia viene del griego makaros que significa felicidad. Y los tontos son muy felices en su tontería.

Pero esto no se sostiene. Pongamos un ejemplo: los tomates o las papas. Ambos productos son foráneos, y los dos soportan frecuentes plagas que destruyen las cosechas. A nadie en su sano juicio se le ocurre proponer que se sustituyan por alfalfa y por los pocos frutales tan cual los había en el mundo aborigen prehispánico.

El verdadero martirio de los árboles es la excentricidad y el despilfarro presupuestario. Mientras en un viaje hará una década a Bilbao, para asistir a una asamblea general del BBVA, un grupo de periodistas pudimos observar como en uno de los más importantes bulevares docenas de jardineros picaban en cuclillas la tierra de los parterres, “para airear las raíces, caballero”, me explicó uno de ellos, extrañado por lo que seguro que consideró una pregunta estúpida… en muchas ciudades la estrategia es la contraria.

No hay nada que hacer cuando una idiotez se viste de gala. Estamos jodidos. Y se ha puesto de moda regar los árboles con el método del gota a gota, como si fueran geranios, cultivos colgantes hidropónicos o plataneras, a las que se les proporciona agua acorde con el clima y las necesidades de la planta en cada momento. Encima, no es lo mismo un árbol sin raíces que uno con raíces. Y otra cuestión clave es que la máquina funcione. Como decía Churchill, la teoría pinta bien, pero de vez en cuando conviene comprobar los resultados.

No, los laureles de Santa Cruz no enferman porque sean de fuera, las Chimbambas incluidas. Enferman como todos los árboles que han ‘visto’ – es una metáfora- como desaparece la tierra bajo láminas de hormigón, baldosas o asfalto, o como el riego por goteo no funciona y los alcorques se cubren con una pasta que impide que penetre el agua…o como se les rodea el tronco por cepos de hierro o cemento que parecen un ‘garrote vil’.

En Las Palmas de Gran Canaria veo la cantidad de árboles maltratados y/o condenados a morir de sed y asfixia. Se plantan para que mueran. En Madrid, ocurre lo mismo. Y todo porque se ha ido dejando de lado el cerebro por los euros. Y este virus no nació en Wuhan.

Compartir el artículo

stats