La Provincia - Diario de Las Palmas

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Hablando de extremos

Es hora de defender sin ambages los insultos al monarca y los crímenes stalinistas; la apología del terrorismo y las virtudes del franquismo. Es legítimo ofender los sentimientos religiosos, tanto como defender la discriminación de los gays y la violencia de género….

Un momento...Todo esto parece disparatado. O solo algunas cosas, dependiendo del lector. Parece que nadie sensato puede defender todo esto al mismo tiempo; sin embargo muchas personas se pueden identificar con alguna de estas libertades de expresión. He ahí la cuestión: cómo decidir qué opiniones son las más censurables en democracia, sin rendir pleitesía a las ideologías dominantes en cada momento. Conviene recordar el insuperable aserto de la escritora británica E.B. Hall, falsamente atribuido a Voltaire con frecuencia: «No estoy de acuerdo con lo que dice, pero defenderé con mi vida su derecho a decirlo».

¿Con qué baraja queremos jugarnos las cartas de la libertad de expresión? ¿Eliminando las ideas que más nos desagradan? ¿Es realmente factible ponerse de acuerdo en cuáles son las ideas más nocivas? Seguramente en muy pocos casos.

Casualmente estos días un presbítero canario hacía unas declaraciones muy desafortunadas sobre unos horribles y recientes asesinatos. Llamemos a los nuevos inquisidores para que lo encierren en la cárcel y le impidan abrir esa boca tan poco pudorosa y certera.

Tengamos una crítica vigilancia sobre los intentos de proteger a la sociedad de opiniones determinadas supuestamente nocivas. La mejor profilaxis intelectual muchas veces es ignorarlas, o aprovecharlas para reforzar buenas y saludables ideas. Esa tutela solo debe admitirse en casos extremos que tengan un consenso muy amplio, para evitarnos proscribir también ideas válidas que merezcan un debate intelectual, en nombre de nuestros prejuicios ideológicos y maximalismos dogmáticos.

Si condenamos en bloque y nos cerramos a la escucha no podemos captar la interpelación que viene del diferente. En rigor solo aprendemos de verdad del diferente, del que difiere de nosotros. Algo bueno suele haber en casi todas las intenciones y razonamientos; comprenderlo nos capacita para el diálogo y para una respuesta contundente cuando haga falta. Al menos no se entiende ese miedo inconsciente e inconsistente a reflexionar sobre las ideas que nos desafían. Prohibir, por ejemplo, la defensa del franquismo es casi aceptar una derrota intelectual, una incapacidad para desactivarlo con argumentos racionales.

La cuestión de los delitos de opinión está de plena actualidad. Si hacemos una opción irrestricta por la libertad de expresión debe ser en todas las direcciones, sin pretender acallar solo a las izquierdas o las derechas o lo que sea que nos desagrade e incomode.

En estos tiempos necesitamos más que nunca apertura de mente. Es pereza intelectual el etiquetaje y la condena de una ideología en bloque, sin comprender al menos el ápice de verdad y de intención positiva que puede tener de fondo. No, no es garantía de progreso sino carcoma para la libertad de expresión. Favorece la superficialidad y la dictadura de las ideologías dominantes. Va unido casi siempre a la superficialidad, al vicio de juzgar opiniones a la ligera antes de haber escuchado sinceramente.

Hay un principio de humanismo cristiano difícil de comprender para la mayoría: condenamos el mal sin condenar a las personas. Etiquetar a los terroristas como terroristas, a los asesinos como asesinos, a los fascistas como fascistas, etc…; esto no sirve de mucho para la construcción humanista de la convivencia social. Cada persona tiene un nombre tan único e irrepetible como su historia. Que te puedan llamar por tu nombre y no por cualquier sanbenito, por lo que has hecho o dicho, es una horizonte de esperanza para la humanidad: las personas pueden cambiar.

La iglesia, como todas las grandes familias e instituciones tiene muchas miserias y enormes grandezas. Tiene sobre todo arrugas de vieja sabiduría que dan ganas de besar, especialmente su misericordia cuando pide comprensión para todos, intentando salvar siempre a la persona: incluso al terrorista y cuando afirma que las madres cuando abortan también son víctimas o que el que roba para comer no roba, que el suicida fue casi siempre sobre todo víctima de su contexto…

Pues claro que no nos pueden gustar las afirmaciones machistas de aquel cura porque añaden dolor al dolor. Pero tampoco nos convencen los políticos progresistas que quieren que la autoridad eclesiástica lo fulmine; esos salvadores de la patria que se creen mejores, con las mejores ideas impermeables al razonamiento y a la crítica.

Creemos en una sociedad con más dialogo y más razones, con más verdad y justicia. Debe convencernos una iglesia que no reprime, que no condena, que pide perdón en común cuando alguno mete la pata. Eso renueva y da alas; hasta algunos políticos y monarcas lo han copiado. Es así como nos sentimos todos responsables de todos y no los buenos frente a los malos. Condenamos solo a los que condenan al fuego eterno o al linchamiento mediático, o a lo que sea. Nadie es su delito, todos tenemos un nombre y una oportunidad cada mañana.

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