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Fernando Canellada

Azul atlántico

Fernando Canellada

Marruecos esperaba cambios

Fracturar la delicada situación de vecindad, romper el delicado equilibrio hispáno-marroquí siempre tiene consecuencias. Y los han pagado varios miembros del Gobierno de Sánchez. Ambos reinos han vivido una crisis que carecía de precedentes al acoger con engaño al líder del Frente Polisario Brahim Gali en un hospital de Logroño.

Desde que se confirmó la presencia del saharaui en suelo español, aceptado por el Gobierno de Sánchez, Rabat ya pedía la salida de Arancha González Laya del ministerio de Exteriores. Era una exigencia de Marruecos para normalizar las relaciones con España. No era necestario visitar el palacio de Santa Cruz. Se conocía y se comentaba hasta en Las Palmas de Gran Canaria. Las peligrosas relaciones de amistad de González Laya con su homólogo de Argelía se habían convertido en un problema. La política engendra alianzas transitorias y circunstanciales, amistades momentáneas que pueden desaparecer. Las enemistades y los odios, en cambio, suelen durar más. Los responsables de los deslices con Marruecos ya están fuera del Gobierno de Pedro Sánchez. Pablo Iglesias, hace meses. Y ahora no solo González Laya sino también Carmen Calvo, vicepresidenta primera.

La trayectoria de Calvo y de González Laya podría ser tomada a broma por sus desaciertos como gobernantes. Resulta asombrosa la ligereza con la que, a la vista de lo ocurrido con el líder del Polisario y su entrada y salida en España, algunos y algunas trataron de justificar lo injustificable en un estado de Derecho. Sin acudir a las series televisivas de las plataformas actuales tan del gusto de Ivan Redondo, decían, y más al contrario, con un vistazo a un clásico , la inteligencia de un gobernante se fundamenta en el tipo de personas de las que ha sabido rodearse. «Cuanto éstas son competentes y leales, al Príncipe se le puede considerar sabio», dejó escrito Maquiavelo. Con una mala elección ya ha cometido el primer error y Sánchez se ha propuesto enmendarlo. Un Gobierno remodelado y el diplomático José Antonio Albares en el ministerio de Exteriores tratarán de corregir el rumbo y normalizar la relación con Marruecos. Lo necesitamos.

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