La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Elizabeth López Caballero

El lápiz de la luna

Elizabeth López Caballero

Solo habla quien…

Qué facilidad tiene el ser humano para sentirse superior a otro igual. Le basta con emitir un juicio y creerse todopoderoso. Un sencillo comentario «Mira qué mal lo haces tú y qué bien lo hago yo» sirve para endiosarse.

Mientras escribo esto me invade un recuerdo de mi abuela sentada en una silla de madera, a lado de la cocinilla de gas, removiendo el arroz con leche que cocinaba a fuego lento –según ella, el truco para que no se quedara como una pasta para cubrir agujeros– a la vez que respondía al chisme de alguna de las vecinas con: «Es más fácil ver la paja en el ojo ajeno que la viga en el propio». Hace unas semanas, viendo los juegos olímpicos, volví a acordarme de ella. Simon Biles anunciaba su retirada de la competición por cuestiones de salud mental. Un acto tan humano, maduro y sensato que la hizo brillar muchísimo más que con ninguna de las medallas de oro que hubiese podido ganar. Curiosamente, días después, el tenista Novak Djokovic se pronunciaba sobre la retirada de Biles argumentando que «la presión es un privilegio, ya que sin ella no existiría el deporte profesional». Asimismo, el tenista consideraba que «hay que aprender a lidiar con esa presión y con los momentos difíciles tanto en la pista como fuera de ella», lo que me hizo pensar que Djokovic gozaba de un gran equilibrio mental y de una inquebrantable gestión de la frustración. Pero como habrán leído, el verbo «considerar» lo he conjugado en pretérito. Quizá el tenista sí que tenía ese supuesto control cuando emitió ese juicio sobre la atleta, pero no después. Tal vez la paja del ojo de Biles era tan grande y la viga del de Djokovic tan pequeña que no era consciente de lo que realmente decía. Sin embargo, como ya sucedió con la manzana de Newton, todo cae por su propio peso y unas jornadas después, el zen Djokovic, incapaz de ganarle la partida a su rival, lanzó una raqueta contra la grada y, posteriormente, rompió otra. ¡Qué control de la presión! ¡Qué dominio de los momentos difíciles dentro de la pista! Deberían haberle dado una medalla de oro, sí, pero al mejor bocazas de los juegos. Una de las cosas que más me sorprendió de estas olimpiadas fue la naturalidad y la valentía con las que muchos deportistas hablaron de temas como la ansiedad, la depresión o los ataques de pánico, problemas de salud mental que cada vez afectan a más personas. Con estas confesiones han normalizado algo tan asumible como que no solo el cuerpo enferma, sino que también lo hace el sistema nervioso y las emociones. De esta manera han sido esa luz en la oscuridad que se ha prendido para muchísima gente que se siente como un bicho raro por estar sufriendo algún trastorno mental. No voy a usar este artículo como medio para dar una charla sobre psicología porque todos, alguna vez, hemos experimentado algún achaque emocional o mental, pero sí me gustaría que fuese un recordatorio para medir nuestros comentarios, ya que algunas veces pueden ser una sentencia cruel y letal para alguien, y hasta donde yo sé, ninguno de nosotros (por mucho que nos guste jugar a ser Dios) tiene la verdad absoluta.

Compartir el artículo

stats