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Humberto Hernández

Observatorio

Humberto Hernández

La Palma: con el corazón en las palabras

No es nada agradable que a uno no lo llamen por su propio nombre, sobre todo cuando el aludido se encuentra en un estado de hipersensibilización emocional, como se hallaría ahora quien está sufriendo las terribles consecuencias de un volcán que insiste en recordarnos nuestros telúricos orígenes. Es verdad que en otras circunstancias las equivocaciones geográficas y designativas que ocurrían con los canarios eran valoradas con distinta percepción, y hasta las recibíamos con cierta gracia justificándolas por la ignorancia de quienes las proferían. Mucho tuvimos que aclarar cuando viajábamos a territorio peninsular. Que las Islas Canarias no estaban situadas en el Mediterráneo debajo de las Baleares, que la guagua era para nosotros lo que para ellos el autobús, cuando no debíamos impartir alguna que otra lección de gramática para explicar que si nos dirigíamos con el pronombre «ustedes» al grupo de colegas en el colegio mayor universitario o en el campamento de instrucción militar no lo hacíamos por un afán de distanciamiento o como tratamiento de cortesía, sino que tal pronombre ya incluía al plural del «tú», es decir, a su «vosotros».

La Palma: con el corazón en las palabras Humberto Hernández

Yo creía que la situación había variado con los sucesivos cambios del sistema educativo, aunque por lo que se ve el paso de nuestra Geografía e Historia, que así se llamaba la asignatura que yo cursé, a la de Ciencias Sociales, iba a mejorar la calidad y la cantidad de los conocimientos tras la nueva y rimbombante nomenclatura; pero al parecer no ha sucedido así. Por aquellos años conocíamos perfectamente todas las regiones de nuestro país con sus respectivas provincias, los ríos y las montañas, los golfos y los cabos, sus archipiélagos y las ciudades, con todos los gentilicios, por muy cultos que estos fueran: calagurritanos, hispalenses, malacitanos, emeritenses…; hoy, probablemente, solo se salvarían los de aquellas ciudades que tienen equipos en primera división.

Ahora el interés se ha focalizado en el cambio de denominación de ciudades y provincias de regiones bilingües, como son los casos de La Coruña, Orense, Lérida y Gerona, que por decreto han pasado a tener carácter oficial los nombres en sus lenguas vernáculas: A Coruña, Ourense, Lleida, Girona. Me resisto a admitir tal inconsecuencia (¿London en lugar de Londres?) y prefiero continuar nombrándolas con sus tradicionales denominaciones cuando se habla o se escribe en español, por supuesto, y creo que no estoy solo en defensa de este criterio, que espero que no conculque alguna norma de rango superior fuera de las comunidades bilingües correspondientes (Véase, por ejemplo, el criterio de Manuel Seco en su Nuevo diccionario de dudas y dificultades de la lengua española).

Claro que, ante esta extremada preocupación denominativa, nos llama la atención el descuido de algunas radios y televisiones extrainsulares cuando afirman que van a conectar con «la isla de Palma» (así, sin artículo) y que «los palmenses están muy preocupados por la erupción del volcán».

Harían bien algunos periodistas en documentarse de las correctas denominaciones de los lugares y localidades sobre los que tienen que informar; en este caso puede existir cierta complejidad debido a las características de nuestro discontinuo territorio. Razón por la que sería conveniente acudir a las fuentes fidedignas, y, aunque el uso general está totalmente en concordancia con lo previsto por la legislación, no viene mal acudir al Estatuto de Autonomía de Canarias (texto reformado de 2018), cuyo artículo 4.º dice así: «El ámbito espacial de la Comunidad Autónoma de Canarias comprende el archipiélago canario, integrado por el mar y las siete islas con administración propia de El Hierro, Fuerteventura, Gran Canaria, La Gomera, Lanzarote, La Palma y Tenerife, así como por la isla de La Graciosa y por los islotes de Alegranza, Lobos, Montaña Clara, Roque del Este y Roque del Oeste». En el artículo 5.º se dan los nombres de las ciudades capitalinas: «La capitalidad de Canarias se fija compartidamente en las ciudades de Las Palmas de Gran Canaria y Santa Cruz de Tenerife, regulándose el estatuto de capitalidad por ley del Parlamento de Canarias». Si bien en el Estatuto no hay referencias a las provincias, por alusiones de algunos departamentos puede deducirse que para ciertas administraciones funciona este concepto administrativo; en cualquier caso, siguen reconociéndose dos provincias cuyas denominaciones son Santa Cruz de Tenerife y Las Palmas.

La Palma, La Gomera, El Hierro y La Graciosa, con sus artículos en mayúscula, pues constituyen parte integrante del nombre de las islas. En el caso de La Palma, además, el artículo adquiere con mayor razón el carácter de rasgo distintivo, puesto que lo diferencia del topónimo Palma, capital de la isla de Mallorca y de la Comunidad Autónoma de las Islas Baleares (no Palma de Mallorca, como se la ha denominado).

Palmero, y no palmense, es el gentilicio de los naturales de la isla de La Palma, a diferencia de los palmesanos, que es el nombre que reciben los naturales de Palma (de Mallorca). El gentilicio palmense, con el que con poca fortuna se denominó a los palmeros, figura como el oficial de Las Palmas de Gran Canaria, aunque es evidente su muy escaso uso, de hecho no se encuentra ningún registro en el Corpus del Español del Siglo XXI (CORPES XXI) de la Real Academia Española.

Aunque a veces suelen utilizarse los gentilicios benahoarita o benahorita como sinónimos de palmero, es preciso observar que no es del todo correcto su uso, pues tal denominación hace referencia a los individuos del pueblo que habitaba la isla de La Palma al tiempo de la Conquista (Benahore es la designación prehispánica de la Isla de La Palma: Cfr. Gonzalo Ortega, Catálogo de los gentilicios canarios, Academia Canaria de la Lengua, 2008, s.v.).

Un caso curioso lo constituye el gentilicio bagañete, que designa a los naturales de Tazacorte, pues, según parece, tiene un origen motivado, en principio despectivo (probablemente deriva de ‘vago’), sin embargo, ha pasado, por encima de tazacortero y tazacortense, a convertirse en gentilicio oficial del municipio, y tal vez por distanciarse de la probable etimología es por lo que se ha preferido la forma bagañete (con b) frente a vagañete.

En fin, que ni Palma es la isla ni palmenses sus naturales, porque el nombre de nuestra Isla Bonita es La Palma, y sus habitantes, palmeros, gentilicio que ahora hemos adoptado todos los canarios, pues nos solidarizamos plenamente con la triste situación provocada por un fastidioso volcán al que nos resistimos incluso a darle nombre.

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