La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Juan Francisco Martín del Castillo

Los delirantes de la pandemia

Al parecer, los ánimos están desbordados y, fruto de ello, podemos comprobar por toda la geografía nacional el auge de las fiestas entre los más jóvenes, especialmente, aunque también ha habido oportunidad para los que ya peinan canas. Esta proliferación, sin embargo, adquiere otra dimensión con este nuevo tipo de macrofiestas llamadas raves. Este nombre, que proviene de la lengua anglosajona, significa literalmente «delirio», pues, los que a ella acuden, suelen pasarse las horas, y hasta los días, embebidos en una música ensordecedora. El propósito es compartir un momento en el que la cordura sale de paseo, y nunca mejor dicho. A los chicos, de nacionalidades diversas, se les convoca por medio de las redes sociales, estén o no en el punto concreto de la concentración. Por lo tanto, es una realidad supranacional y, por este motivo, se aparta de la anécdota para convertirse en una categoría social.

El interés por estas raves va más allá de la foto de rigor, el vídeo puntual o, incluso, la alerta sanitaria que se genera con tantas personas en un espacio reducido. El interés, al menos para uno, está centrado en la misma existencia del fenómeno. Porque, en cierto modo, las imágenes de unos chicos enloquecidos nos ocultan el sentido último de la reunión. Es cierto que lo que se ve es fascinante e hipnótico, por momentos inexplicable, pero, aún así, hemos de razonar estas conductas y encuadrarlas en una determinada pauta moral o social. Sobre lo primero, es destacable el deseo de alejarse de las convenciones al uso, de lo bueno y de lo malo, de lo correcto e incorrecto. Este anarquismo moral es, con todo, una apariencia, ya que la ética del grupo termina por imponerse. «Conmigo o contra mí», sería, sin duda, la contraseña moral de los «delirantes». De tal modo que lo marginal, que vendría a ser el ángulo ocupado por estas gentes, se sustituye por lo protagónico. Aunque sólo sea por unas horas, quizás dos o tres días a lo sumo, ellos se consideran los protagonistas únicos de la realidad. Por supuesto, es una realidad ficticia, esquinada si se prefiere, pero a ellos les convence. Es el pedazo de mundo que crea la manada para los suyos. Son como una gran familia, una secta que vive en los límites de la regla social.

En cuanto a lo segundo, prima la fuerza del clan antes que la sensibilidad del individuo. Por ejemplo, la indumentaria es tan similar entre unos y otros, hombres o mujeres, que hace pensar en un mecanismo de reconocimiento, un salvoconducto que, en vez de llevarse en la mano, se exhibe en la vestimenta. Otro tanto cabe concluir de la música que les convoca, tan especial que, a duras penas, puede calificarse como tal. Mensajes reiterativos, sonidos guturales y alaridos sin finalidad aparente que recuerdan a los descritos por Aldous Huxley en su proverbial Un mundo feliz, la novela futurista que ha anticipado tantas y tantas cosas del presente. En el relato del británico, el compás de la música llevaba a los habitantes de la distopía al paroxismo, liberando la conducta moral y social hasta extremos increíbles, los mismos que le hacían cómoda y confortable la existencia a los jóvenes alienados de la Era de Ford.

Tal semejan las raves de hoy en día. Las imágenes y los testimonios recogidos nos trasladan la vivencia de una fantasía grupal, donde la convención y la tradición son el enemigo a desarbolar. Palabras como «qué miras» o «relájate», dirigidas a los policías destacados para la ocasión, no sólo son un claro desafío a la autoridad, sino un tour de force a la propia moral social de la humanidad. Como esas otras palabras, también premonitorias, del monstruo del Frankenstein de Mary Shelley en las que se reconocerían perfectamente los asiduos de las fiestas del delirio: «Bendigo estos espacios tenebrosos, porque son más amables conmigo que nuestros semejantes». Pero, una cosa me preocupa de este fenómeno y es la asunción de los jóvenes de esta realidad alternativa. Muchos, más de los que se cree, transitan por un mundo que no sienten como suyo y del que tampoco quieren participar. No es rebeldía únicamente, es algo más, y la pandemia lo ha situado en un lugar central de la discusión. Tal vez sea el germen de un nuevo movimiento underground de amplio espectro o, tal vez, el delirio pasajero de unos cuantos. El tiempo dirá, como siempre.

Compartir el artículo

stats