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Entre líneas

Treinta años de Perola

Si como dice el tango: veinte años no es nada, contimás treinta que le respondería el socarrón canario. Y en esas estamos, en la celebración de los treinta aniversarios del Bar Perola. Y como no podía ser menos, el 30 de mayo y en el Día de Canarias. Una treintena en la que pasó de vendedor ambulante de lotería, alimentado por la ropavieja del desaparecido bar de Juan Diorca, a tabernero de éxito alimentado por su propia ropavieja. Y de convertir, manteniendo la esencia de la década de los 50-60, esa vieja tienda de aceite y vinagre en el Bar Perola, centro neurálgico, la aldea gala de la cultura analógica frente a la digital actual.

Así, nada más entrar en ese templo de lo analógico, lo primero que se encuentra el cliente es un letrero con su foto en la que en su espléndida barriga se puede leer: Bar Perola, único bar del mundo donde el cliente nunca tiene la razón, lo que es muy importante tenerlo en cuenta por lo que le pueda suceder. Si el avezado cliente supera ese aviso, se encontrará frente a otro cartel que reza: centro de proceso de datos y sala de ordenadores, pero que no se haga ilusiones; el tal proceso de datos y sus ordenadores, no son más que una libreta con rayas donde con todo rigor el Perola va anotando las consumiciones; eso sí, la libreta ha sido un gran progreso, ya que en los inicios las anotaba en el revés de los cartones de tabaco.

Lo más parecido a la era digital que te puedes encontrar es el puñado de manises que te pone con sus cinco dedos y que acompaña al botellín de cerveza.

Lo del aviso sobre de quién tiene la razón es muy importante y lo es, porque en ese gran mundo analógico, al Perola el software le funciona perfectamente: basta que le hayas pedido cualquier consumición para que, de forma inmediata, la introduzca en el disco duro de su buena cabeza; ahora bien: en lo que respecta al hardware, tiene su tiempo y eso lo marca el Perola, así que no se te ocurra insistir en el pedido, ya que su reacción será binaria respecto a si eres asiduo, donde la respuesta a la que te expones será: «ya te oí, bobo», o una expresión parecida, mientras que a los clientes casuales les dirige una intensa mirada que disuade cualquier insistencia. Pero no nos equivoquemos, ya que con la actitud anterior solo trata de ser consecuente con el aviso y de dejar sentado quién es el que tiene la razón, porque al poco de tratarlo se acepta de buena manera ya que comprende que el Perola es todo corazón, y todos descubren que, tras esa pose de hombre rudo, se esconde una de las mejores personas que puedes tratar, generoso, a más no poder y es por eso tan querido. Tanto, que pocos son los afortunados que pueden, como él, presumir de haber disfrutado de una manifestación espontánea de apoyo cuando fue injustamente acusado, como luego se demostró; igualmente ser reconocido en casi todo el Archipiélago hasta al punto de tener una canción dedicada a su persona y a su bar, como la que compusieron y cantan Mestisay y Olga Cerpa. Y si bien en todo ello está la razón de su triunfo, al mismo tiempo es su mayor limitación, porque en la era de las franquicias sería magnífico disfrutar de Perolas a todo lo largo de nuestra geografía, pero por ahora es imposible, ya que su éxito se basa en esa personalidad única y para que la franquicia tuviera buen fin sería necesaria la clonación del Perola y ésta es de las pocas cosas que a día de hoy es imposible de realizar.

¡Así que conformémonos con el único posible y disfrutemos todo lo que podamos de Perola y de ese bar/tienda y deseando que tenga una larga vida y, si la pandemia lo permite, poder volver a oír allá por el mes de agosto, el grito de: nos vemos en el Perola, meeting point de visitantes y naturales de la villa de Agaete.

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