La Provincia - Diario de Las Palmas

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Juan Francisco Martín del Castillo

La loba

Querido lector: Solicito humildemente sus disculpas por lo que estoy a punto de hacer. Me apresuro a presentar una prueba de tolerancia con la que averiguar el talante de los que tienen la bondad de seguirme. Por favor, mantenga la atención hasta el final.

Justo en el pasado puente del Día de Canarias, vi a una hermosa loba por las calles de Madrid. Un animal de porte ciertamente curioso, que despertaba la admiración de los que salían a su encuentro. En realidad, tras la loba, de la que no pude discernir el pedigrí, había un tropel de canes. Iban cual procesión a la Monumental, la plaza de toros de Las Ventas, muy concurrida porque se esperaba un cartel de postín. Por un sí por un no, la loba había escogido un margen en particular del sentido de la vía. Si fuese política, que de todo hay en el mundo de la zoología, tal propensión, la ubicaría a la derecha, muy a la derecha. Mas, nuestra loba, al entrar en el coso taurino, fue saludada como la reina del lugar, como si la misma plaza fuera, de fijo, su espacio natural, el sitio que cabalmente le correspondía. No en vano los madriles, en la jerga popular, son el territorio exclusivo de chulapos y castizos. ¡Y para chulapa, ella! Enseguida llegaron los vítores: no se sabía qué era antes, si los atronadores aplausos o las rendidas aclamaciones. La loba de la derecha enardecía a las multitudes, que buscaban sin disimulo el premio de un gesto que infundiera aún más alegría de la que espontáneamente ya desprendía el espléndido animal. No se hizo de rogar y el gesto se resolvió en una grácil travesura en el aire, desafiando a los canes que circulaban por la senda contraria. La alegre manada miraba extasiada a una loba que lucía un desparpajo insultantemente cordial. Mientras tanto, la jauría situada a la siniestra retorcía el colmillo aguardando la lejana oportunidad de un triunfo semejante.

Amigo lector, nunca le tengo por menos de lo que es, un ser inteligente y avispado. En fin, llega la hora: este es el momento de poner ante sus ojos un breve cuestionario, de apenas tres preguntas. De las respuestas, se deducirá el alcance de su nivel de tolerancia. La primera es tan simple como esto: ¿reconoce al animal político de la historia, el soberbio ejemplar que espanta a los tábanos izquierdosos con la misma fuerza que levanta pasiones entre los miembros de su manada? Y, como segunda, un mínimo reto: ¿podría decir en voz alta el apellido de la protagonista sin asomo de rencor? Por su parte, la tercera es la más elaborada, como así debiera ser la réplica. ¿Disfruta con la lectura de las fábulas de Esopo, tal vez con las de Tomás Iriarte, o con los relatos de Shakespeare y, de modo singular, con La fierecilla domada, o, quién sabe, les resultan todas ellas insoportables y acaricia la idea de cancelarlas? (Permítame un consejo: abandónese a la corriente de los clásicos, que nos sobrevivirán, eso téngalo por seguro, e ignore las dichosas perspectivas de género y los lenguajes inclusivos o desdoblados). Si, después de ejecutada la tarea, no entiende el desafío que se le propone o, llegado el caso, respondiera con evidente disgusto a las cuestiones que dan contenido a esta prueba, quizás debiera hacérselo mirar, porque la intolerancia ha prendido en su alma. Admite la libertad propia, pero le ofende y reniega de la de los demás, signo inequívoco de que el puritanismo sectario se cierne pesadamente sobre sus pensamientos y obnubila el posible entendimiento de las cosas.

Dicho ello con sincero afecto y simpatía, ya que, en éste, su fiel servidor, lo único que prende es la llama de la cordialidad y el buen talante. Quedo a la espera de una contestación que ansío igual de sincera y espontánea.

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