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La Mareta, residencia en la que se hospeda Pedro Sánchez durante sus vacaciones en Lanzarote (04/08/021)Javier Fuentes/Efe

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Reseteando

Javier Durán

La Mareta como secreto oficial

El monarca anda por Mallorca con una guayabera tuneada, la prenda caribeña por excelencia, desplazada en España, pero actualizada ahora por un reinado que babea por lograr el aprecio popular. Doña Letizia y las infantas calzan alpargatas insulares. La elección de Felipe VI para certificar que aún el verano existe, pese a todo, debería tomarla como ejemplo el presidente Sánchez cubriéndose con una camisa graciosera y su señora Begoña con un sombrero de la Isla. La fontanería de Moncloa camufla tanto el veraneo en Lanzarote de la familia socialista por antonomasia, que la estancia podría quedar incorporada de pleno a unas vacaciones bajo secreto oficial, a desclasificar cuando el siglo se acabe y otros vayan por los campos con la cabeza dentro de una escafandra. La verdad es que a Canarias le da igual que el presi haga canasta varias veces al día en las canchas de La Mareta, o que los muros de la residencia hayan ganado altitud, o que la familia se meta en una furgoneta de cristales ahumados para ir a la casa de Zapatero en Caleta de Famara, o que se entone en un encuentro con los chismes de los socialistas lanzaroteños, o que decida no salir del palacete nada más que para bañarse en la playa privada y luego sea captado de espaldas desde donde está el mojón de Costas... Todo esto le da igual a los canarios. Lo que les gustaría a los isleños es que el presi fuese un poquito al bullicio, se pasease por la inflación de Arrecife, viese los hoteles ilegales de Playa Blanca, saludase a los bodegueros de La Geria... No todo, lo que pueda y le permita el descanso. Las primeras vacaciones después de la pandemia no pueden ser harén y spa para el presidente de un país que entra en semiapagón. La desconexión no existe: no le queda más remedio que fajarse con la realidad, que es un territorio ultraperiférico donde los gestos se cotizan a precio de oro. La Mareta pospandémica no puede convertirse en el chapuzón de un mandatario hierático, que viene a la Isla para flotar dentro de una burbuja que no es volcánica ni como las de la casa de César en Tahíche.

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