La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Reflexión

Vacacionar

Los meses de julio y agosto emulan imperios calurosos. Los termómetros duplican los dígitos, apretando el ambiente, e Iberia expande más desiertos de los que ya tiene y padece. Las hordas trabajadoras, y quienes pueden permitírselo, emigran a otros sitios huyendo del calor, la toxicidad ambiental y las ínfulas negativas del milenio. Urge romper rutinas y hábitos, quebrar la repetición del lugar y el tedio, y aplicar el nuevo derecho vanguardista: “desconexión”. La idea es que las vacaciones (del lat. “vacatio/ōnis”) levanten muros de contención para rescatar algo de lo que no hubo, y, a cambio, proveer esferas de libertad hipotecadas. La vida, bien lo avizoró Mª Zambrano, es una sucesión de lugares y rostros, y en ese aspecto, el “Kit-Kat vacacional” al menos allana los espacios de encuentro; sean en reencuentro, auto-encuentro o desencuentro.

Vacacionar se asocia, por activa, a tiempo de ocio, y, por pasiva, a su opuesto: negocio (“nec-otium”; no ocio). Acota un tiempo de descanso de las actividades profesionales, estudiantiles u hogareñas, sobre todo el trabajo remunerado. El fin de la vacación es la recuperación psico-física de las personas trabajadoras. Hay países sin tan meritado derecho, incluso paisanajes que, a la semana, padecen tamaño miedo a la libertad que “trabacacionan” o vuelven a sus puestos. En el nuestro es un derecho básico, tanto que la Constitución mandata a la Estatalidad que garantice “el descanso necesario, mediante la limitación de la jornada laboral (y) las vacaciones periódicas retribuidas” (art. 40.2). El Derecho crea la ficción de ser un descanso remunerado, añadido al descanso diario (doce horas entre jornadas) y al semanal (día y medio). Así las cosas, vacacionar detenta valores añadidos. Amén de conquista del movimiento obrero, sabe a recompensa, o, si se quiere, “conquista compensatoria”. Las personas trabajadoras se arman de paciencia en el desenvolvimiento de sus obligaciones, incluso hacen pactos de silencio de lo que no deben, siempre, eso sí, del desquite vacacionado. Sea juliana, augusta, troceada o jibarizada, vacacionar se formula en tiempo simbólico imperativo. No ya como espacio de recuperación psico-física, sino por las múltiples auto-justificaciones proyectadas a ese espacio de asueto compensatorio.

Nuestro concepto fetiche nos lleva a otro verbo identitario: “chiringuear”. Las hordas estivales inundan los bares de playa, campo, cerveza y tinto de verano. Lo hacen, tatuados o no, con dedos deslizantes de móvil, a ritmo de “rumba despechá” y “Maluma reguetónico”. Paellas, espetos, mariscos, jamones y copa de la casa, compensan las renuncias por ese tiempo de encuentro. Tras vacacionar, muchos comensales restauran pronto el sabor y olor chiringuil, e intercambian pócimas, ávidos de ambiente nutriente. El logro de César fue expandir un imperio. El sueño ibérico es tener un chiringuito propio, grande o pequeño, donde intercambiar los recetarios.

Compartir el artículo

stats