Opinión | Cartas a Gregorio
Matar para seguir viviendo
Querido amigo, no parece que, tal como se ha planteado la coexistencia mundial, tengamos otro remedio que ir destruyendo y reconstruyendo el mundo de cuando en cuando.
La crisis de la Revolución Industrial del siglo XIX nos llevó al imperialismo y a la nueva economía capitalista. Mientras tanto, las distintas potencias europeas trataban de conseguir el control comercial y militar del continente, y así fue como surgió consecuentemente la Primera Guerra Mundial.
Pero no fue suficiente, y veinte años después llegó la Segunda Guerra provocada por algunos países europeos en disconformidad con el acuerdo de Versalles, pero que, seguramente, fue una nueva oportunidad de poner en valor el peso económico de países y alianzas a escala mundial.
Y en medio de todo esto estamos ahora, Gregorio, pero con la diferencia de que cualquier país, por pequeño que sea, podría tener acceso a armamento nuclear. Y eso, que en principio podría ser una solución, también es el mayor de los problemas, habida cuenta de la existencia de países que estarían dispuestos a inmolarse.
No es fácil de entender las razones que tenemos los seres humanos para comportarnos como si fuésemos la última generación de este planeta.
Es posible que por la longevidad de la que hoy disfrutamos, podríamos llegar a ser un anacronismo en nuestra propia sociedad.
No hace mucho iba andando por un nuevo espacio peatonal que habían inaugurado en Madrid. Era domingo por la mañana y a pesar de ser una zona muy amplia estaba prácticamente tomada por gente joven de entre doce y veinte años, y el que no se deslizaba a toda velocidad con un monopatín, conducía una patineta eléctrica o una bicicleta, y la mayoría portaba cascos de seguridad y dispositivos de música.
Los españoles mayores de 50 años duplican a los que tienen menos de18 y se prevé que las personas de edad sigan superando a los menores durante los próximos decenios según el Departamento de Población del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC).
Tuve entonces la sensación de que todo aquello formaba parte de otro mundo en el que yo no podía participar y que estaba pensado para una minoría.
¿Para qué queremos nosotros un parque de muchos kilómetros cuando tenemos que sentarnos cada pocos metros a descansar, Gregorio?.
Me parece muy bien que las ciudades tengan espacios donde correr, patinar o escalar. Que tenga carril bici, carril bus e incluso un carril para perros, pero nosotros necesitamos también tener paseos que, aunque sean menos espectaculares, tengan bancos donde sentarnos y baños públicos bien cuidados donde atender nuestras necesidades. Pero seguimos viendo que en las ciudades están quitando bancos y poniendo terrazas, como en el caso de Madrid. La intención es evidente: quien quiera sentarse que se siente en una tarraza donde, de paso, pueda consumir.
Es una forma de pensar que tiene como objeto el destruirlo todo para luego reconstruirlo según sean los intereses.
Un abrazo, amigo, y hasta el martes que viene.
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