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Observatorio

Emisiones de CO2: la curva no se doblega

Emisiones de CO2: la curva no se doblega Ester Oliveras

La COP28 está en marcha. Esta vez se celebra en un resort de Egipto, que requiere de varios vuelos para poder llegar y hoteles con precios prohibitivos para muchos de nosotros. ¿El objetivo? Conseguir doblegar la curva de emisiones de gases efecto invernadero, que son los responsables del aumento de temperaturas.

Es una curva de armas tomar. Desde la revolución industrial está creciendo de forma exponencial y, cada vez que la economía del mundo sufre una crisis económica, disminuye solo ligeramente, apenas una pequeña muesca, para después continuar creciendo a ritmo alegre. El gran sufrimiento social que suponen estas mínimas y temporales reducciones pueden dar una idea del tipo de cambio que se requiere, social y económico, para poder doblegar esta curva.   

Para reducir las emisiones se puede incidir en cuatro aspectos diferentes y que son los que aparecen en la llamada Identidad de Kaya. La primera variable es la población. A más población, más emisiones. Y la población mundial está creciendo. Esto me recuerda a un lema de camiseta que lee Salva el planeta. Mátate y que evidencia la frustración e incongruencia que las personas activistas sienten, porque no es posible vivir sin generar emisiones. La segunda variable es nuestro consumo de bienes y servicios, es decir el PIB. Una variable que todos los países desean ver en positivo, y si es de dos dígitos mejor que uno. Un PIB mundial que ha crecido mucho en una parte del mundo y que la otra parte quiere imitar. La tercera y cuarta variables se refieren a la eficiencia energética para producir los bienes y servicios que consumimos, y a la cantidad de CO2 que se genera. Las estrategias que se plantean en las COP se circunscriben en estas dos últimas: utilizar energías más eficientes, y que generen las mínimas emisiones posibles. Por lo tanto, tenemos dos variables al alza, PIB y población, y dos variables a la baja, mejor eficiencia energética con menos emisiones. No está claro que el balance neto sea una disminución de CO2.

El sueño que el sistema actual está persiguiendo es un gran desacoplamiento entre crecimiento económico y las emisiones de CO2. Que la curva del PIB mundial pueda crecer, mientras la curva de emisiones disminuye. Y, para ello, confía en el desarrollo de nuevas tecnologías –algunas que ya existen y otras que se desean– y conceptos como la economía circular. ¿Qué evidencias hay de que este desacoplamiento sea posible? De momento, se constata un desacople relativo, la economía crece más rápido que el consumo de las energías fósiles. Pero lo que necesitamos es un desacople absoluto: que la economía crezca y, a la vez, el consumo de energías fósiles disminuya.

Pero no se trata solamente de que existan tecnologías más eficientes, que existen y que, sin duda, cada vez serán mejores. También es necesario que las empresas y las personas tengamos la capacidad para adquirirlas y hacer uso de las mismas. Cuando las empresas hacen grandes inversiones en activos, su intención es poder utilizarlas durante un tiempo suficientemente generoso como para poder amortizarlas. Igual que cuando una familia compra un coche o un televisor. Se realiza un esfuerzo económico, con la esperanza de aprovecharlo durante mucho tiempo. Ciertas tecnologías pueden quedar obsoletas rápidamente, medioambientalmente hablando, pero tal vez no existe la capacidad económica para reemplazarlas, o simplemente pasan por delante otras prioridades.

Un ejemplo de ello es el amplio margen que se está dando a las empresas para transicionar completamente al vehículo eléctrico: ocho años. Un periodo valorado como demasiado corto para los intereses de las empresas automovilísticas, pero que es una eternidad en términos de emergencia climática. Y, de hecho, es precisamente esta necesidad de amortizar inversiones lo que ha frenado durante décadas el cambio al uso de energías renovables.   

A pesar de las buenas palabras que escuchen estos días, nada indica que vayamos a cumplir con el Acuerdo de París, en vigor desde 2016 y que pretende limitar el aumento de temperatura muy por debajo de los 2 grados centígrados, preferentemente a 1,5 grados. Vayamos acostumbrándonos a veranos eternos y sequías severas.   

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