En voz baja

¿Por qué no?

¿Por qué no?

¿Por qué no?

Rubén Reja

Rubén Reja

Pasan de forma inexorable. Uno tras otro sin remisión. El nuevo año se asoma ya por la rendija de diciembre y llegan las primeras alarmas de la histriónica Navidad. Las señales son las de siempre con el sueño del ‘Gordo’ y la diosa fortuna como el anticipo de semanas de empachos. El tráfico mortal, aún más insoportable si cabe, los excesos, demasiados excesos y el vehemente consumo son lo que toca.

El mapa de la vida incrustado en las paredes en forma de calendario planifica el devenir de la bisoña añada que no puede esperar. El almanaque se adelanta avezado al tiempo caduco, imperfecto, y nos anuncia que ya es Navidad. Somos muchos los que marean la agenda para ver con incertidumbre cuándo caerá el próximo puente, cuándo llegarán las próximas efemérides, cuándo vendrán los siguientes pagos. Como las hojas del anuario todo pasa y casi todo queda hasta que se diluye en la memoria. Presente y futuro con la confianza que el ansioso 2023 será mejor que su antecesor. La vida nos lo debe a todos o al menos confiar en que la actual situación no vaya a peor. Una contención de los precios, salarios más decentes, velar por la sanidad pública y contener el aumento imparable de la pobreza extrema serían los regalos perfectos. Si no, que le pregunten al bueno del padre Jesús Barriga, fundador de la Obra Social y de las grandes dificultades a las que se enfrenta en el día a día para poder atender a los más necesitados. Pero la Navidad indulgente provoca que los sentimientos de nostalgia y angustia se multipliquen. Las ‘sillas vacías’ de los ausentes aparecen con la misma intensidad que el primer instante de la dolorosa pérdida. Estas fechas son un espacio para el recuerdo, la unión y cuidar la amistad. Momentos efímeros para el perdón, el consuelo y amor. Días festivos propicios también para el reencuentro. Hasta con uno mismo. ¿Por qué no?.

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