Objetos mentales

Dolencia, cultura y moda

Fue el escritor Stendhal quien en un viaje compuso el cuadro de emociones que lleva su nombre: el síndrome de Stendha, o síndrome de Florencia

Dolencia, cultura y moda

Dolencia, cultura y moda

Antonio Perdomo Betancor

Antonio Perdomo Betancor

Con la llegada del nuevo año nos deseamos salud, y desplegamos exorcismos cuyo fin no es otro que expulsar la enfermedad. Y ciertamente, las admoniciones continúan en este año recién nacido, en pos de la salud, entre brindis, que es lo propio. Cuando enfermamos o sufrimos alguna forma de malestar, comprendemos lo extraordinaria que es la salud. Por mucho que la filosofía médica sea imprecisa en una definición unívoca de la noción de salud, las personas la intuyen como un estado de satisfacción.

Probablemente, las dolencias son la advertencia de que la vida no se vive gratuitamente. Un tributo que hay que pagar, por ese, para algunos, prodigioso don: la existencia. Pese a que la tradición oriental dice que la existencia física es el mayor de todos los males, en cualquier caso, a los que vivimos, la vida nos la han donado, o atado a ella, o como quiera que haya sido, y a pesar de nosotros. No lo sabemos: nadie lo sabe.

Fue el escritor francés Stendhal quien en un viaje compuso el cuadro de emociones que lleva su nombre: el síndrome de Stendhal, o síndrome de Florencia. Cuentan que su exposición a la belleza de Italia, de la Florencia cultural de los Médici, en sus diferentes manifestaciones artísticas, su contemplación le produjo sudores, palpitaciones, temblores, desmayos, etc. Cosa que anotó en su diario. A raíz de ese hecho, me pregunto si esa sintomatología causada por la contemplación de la belleza fue además aderezada literariamente. Pero no tenemos la certeza. Ignoramos si esa historia fue una astuta argucia del genial escritor que aprovecha la ocasión. Menos podemos asegurar que aquella dilución de sus sentidos en un padecer extático tuviera prosecución. Ni tampoco si le ocurrió una única y extraordinaria y mágica vez. Lo ignoramos. En adelante a aquella constelación de emociones de arrobo y agitación sensitiva, en presencia de la belleza, se la conoce como síndrome de Stendhal.

Igualmente, carecemos de información de su inaugurado padecer ante una audición musical, un paisaje de la campiña francesa, la contemplación de la belleza humana encarnada o en presencia por ejemplo de una escultura de Auguste Rodin. Tampoco tenemos constancia de la importancia que tuvo en la etiología del síndrome, y por cuyo hombre ahora se le conoce, la naturaleza cultural del escritor. En realidad, es difícil discernir esta cuestión en la medida en que incide una diversidad de factores coadyuvantes. La emoción del propio viaje y el ajetreo que conlleva, con mayor incidencia en aquella época de caminos y viajes incómodos. Incluso, pese a parecer detectivesco, nos obliga a considerar además la literaturización de su autodiagnóstico. Porque es imposible descartar la naturaleza imaginativa propia de los viajes culturales, invita a incluirla como constituyente y relevante del mismo, pues que resulta consustancial a un escritor de su talento disponerlo a su servicio.

Sin ese concurso de circunstancias, seguramente el síndrome habría pasado inadvertido. Diagnosticado como una fatiga producto del cansancio o desfallecimiento propio de otra índole. Otra emoción más, de las muchas sensaciones que padecen los humanos, por el mero vivir. Pero, para que la naturaleza de un padecimiento alcance atención y relieve médicos, no siempre, pero sí a veces, requiere del renombre de un personaje que eleve la anécdota a categoría y, a su vez, cobre dicha dolencia la dignidad de merecer atención cultural, más allá de sí mismo.

Claro que Stendhal era mucho Stendhal. Como él, la aristocracia del conocimiento, filósofos, escritores, pintores, músicos, etc., continuó su estela. Incluso aquellos que seguían culturalmente a esa troupe de prohombres, el viaje a Italia era casi una obligación. En qué medida existe un efecto cultural, producto de una época en la que Italia impone su belleza, es una incógnita. Es casi una evidencia que la Europa cultural e ilustrada del siglo XIX y mediados del XX viaja por la Italia artística.

En esa expedición de artistas de aquella época, procedentes de los diferentes campos del saber, y que visitaron la Florencia, concurren unas condiciones inigualables para desencadenar una necesidad emocional artística. Stendhal ofrece desde el mismo corazón de la belleza del arte y para sus más conspicuos intérpretes, por boca de los mismos protagonistas y artistas, la aparición de ese enigmático padecimiento que requería la época. Luego la imitación y la moda hizo el resto. Nos gustaría, por mera curiosidad, conocer el alcance de ese padecimiento, de si la moda del síndrome stendhaliano continúa con la gramática de aquella mística inicial, o si el brutal feísmo cultural y emocional de nuestra época lo ha desvanecido, y con él, la propia moda.

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