Punto de vista

Entre la sardina y el huevo

Este es el disfraz más polémico en lo que llevamos de Carnaval en Canarias

Este es el disfraz más polémico en lo que llevamos de Carnaval en Canarias / LP/DLP

Emilio Vicente Matéu

Emilio Vicente Matéu

Reconozco que el título puede evocar al de cualquier fábula de Esopo, más que al asunto que queremos tratar. Lo justifico porque la sardina y el huevo son dos referencias muy significativas que enmarcan el periodo anual en que nos encontramos: el Tiempo de Cuaresma; aunque también soy consciente de que la palabra Cuaresma, pronunciada en determinados sectores de nuestra sociedad actual, puede sonar a músicas celestiales. Pero si reflexionamos serenamente sobre ella podremos descubrir que la Cuaresma también tiene su aquel, incluso desde un punto de vista menos religioso.

La historia nos remonta a los primeros siglos del cristianismo, cuando aquellos creyentes consideraban que, para celebrar los principales misterios de la religión, la crucifixión y el triunfo de Jesús sobre la muerte, era necesario prepararse en cuerpo y espíritu, porque el momento así lo requería. Y para ello se proponían el dominio de sí mediante severos ayunos y penitencias, el cultivo del espíritu mediante la oración, y el ejercicio del amor a los necesitados, mediante la limosna. Como es fácil suponer, hoy día este mismo planteamiento presenta una formulación adaptada a los tiempos, invitándonos a un reciclaje personal desde la austeridad en nuestro afán de consumo, a la recuperación de la vida interior frente a la superficialidad del día a día, y a la solidaridad compartiendo lo nuestro con los menos afortunados. Resulta tan evidente la fuerza renovadora de este planteamiento, que años después fue adoptado también por otra confesión religiosa, convirtiéndolo en uno de los ejes fundamentales para la purificación anual de sus fieles.

Señalar la duración de cuarenta días para este tiempo, no fue asunto casual, dado que el número cuarenta tiene un significado bíblico muy concreto, utilizándose para expresar el tiempo necesario en orden a lograr los objetivos que se pretenden. Así, por ejemplo, fueron cuarenta días los que necesitó el diluvio universal para anegar la tierra; cuarenta años necesitó el pueblo de Israel para alcanzar la patria prometida; cuarenta días empleó Jesús de Nazaret para prepararse antes de iniciar su vida pública. De esta forma, cuarenta días es el tiempo necesario para lograr el cambio preciso antes de presentarnos como personas renovadas en la celebración de los grandes misterios cristianos.

Ante tanto rigor como antaño se promovía durante la Cuaresma, no permitiendo comer más ni mejor que los pobres, había un alimento símbolo de la austeridad y la pobreza: la sardina. Quién lo diría hoy que, una vez superadas las precauciones que tantas veces nos inculcaron sobre el consumo de pescado azul, ha venido a ser bocado exquisito en sus múltiples variedades gastronómicas. El plato de pobres por antonomasia de entonces, en nada se parece al que hoy se nos ofrece. Pero cuando era símbolo de pobreza, los días previos a la cuaresma, las fiestas del Carnaval, se procedía al entierro de la sardina proclamando con este gesto unas jornadas de disfrutes, dislates y excesos; esto es, el triunfo de Don Carnal sobre Doña Cuaresma.

Entendemos que el objetivo final de la Cuaresma es celebrar vida; la vida renovada, renacida, victoriosa sobre las calamidades que acechan nuestro cuerpo; la vida compartida y la salud corporal y espiritual, generando optimismo respecto a las posibilidades del presente y las promesas de futuro. Y en este sentido, la tradición ha utilizado algunos símbolos que nos ayuden a comprenderla y expresarla mejor, entre los que también se encuentra el huevo como expresión de la vida oculta que emerge venciendo el rigor de su envoltura.

El simbolismo del huevo no nace con el cristianismo. Su significado como referente de fertilidad, de vida y de eternidad se remonta a miles de años atrás, pudiendo observarse en la tradición judía, en las civilizaciones asiáticas, o en las culturas precolombinas de América. El cristianismo simplemente comprendió que esa simbología expresaba fielmente el mensaje de la vida que nace, renace y se proyecta a la eternidad tras la muerte de Jesús en la cruz; y ese ha sido el motivo por lo que, incluso en los tiempos que corremos, el huevo continúe celebrándose en la cultura popular, en el arte, en la repostería. Todo el litoral mediterráneo español podría hablarnos de la importancia y la actualidad de la tradición en torno al Huevo de Pascua.

Es verdad que la palabra Cuaresma no está de moda. Mas la celebración de la vida que se hace, se regenera y se renueva desde la sensatez en el uso y disfrute de nuestros recursos, desde nuestro cultivo de los valores humanos menos inmediatos pero más profundos en su proyección trascendente, y desde el sentido de unidad solidaria con todos, incluso más allá de las personas, con toda la naturaleza, comprometiendo cuanto somos y tenemos, bien podría constituir una unidad didáctica con carácter transversal que se impartiera en todos los niveles educativos. Otro gallo nos cantaría.

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