En voz baja

Justicia femenina

El feminismo espera volver a teñir de morado las calles, como antes de la pandemia.

El feminismo espera volver a teñir de morado las calles, como antes de la pandemia. / Ferran Nadeu

Rubén Reja

Rubén Reja

La lucha del feminismo ha encontrado siempre en la cultura su más fiel aliado. La conciencia social, transformada en arte en todas sus esencias, hace de infranqueable soporte para defender la igualdad de género y combatir la discriminación. La cultura (base de todo) se erige como acicate para proyectar cambios generacionales en la disputa paritaria y ayuda a fomentar la discusión y el diálogo sobre los derechos reales de la mujer.

Este colectivo irrumpe cada vez con más fuerza en la música, en el cine, en la literatura y en otros campos creativos que poseen una influencia determinante. Pero, es imprescindible alentar la creación de obras y productos culturales que aboguen por la igualdad sin histrionismos y sin tropezar con un lenguaje inclusivo tan estéril como ridículo.

Conciertos como ‘Ellas’, protagonista estelar del Palacete Quegles en la capital grancanaria en un formato íntimo y liderado por féminas, son una elegante muestra de cómo celebrar en melódica armonía el día internacional de la mujer. La exquisita actuación de la soprano Magdalena Padilla, y Andrea Báez (piano) y Gemma Barragán (cuerdas) es una delicada muesca de la vitalidad febril de unas artistas inmensas defendiendo con orgullo su condición junto a otras mujeres y hombres.

La cultura alivia la subordinación absurda y la marginación que tradicionalmente han sufrido las féminas, que deben ser custodiadas en todas las sociedades sin excepciones. Hombres y mujeres deben disponer de los mismos derechos y obligaciones. Desde las escuelas hasta en las tablas de un simple escenario, el papel de la mujer debe ser reconocido. No obstante, nuestros legisladores yerran con pestilentes tufos electoralistas en el intento vehemente de impulsar leyes extremas para dar espacio a las mujeres. Esa defensa a ultranza de la igualdad de géneros no puede ser tan obtusa que aparte de forma estrepitosa la supremacía de la meritocracia. Los mejores tienen que estar en los mejores puestos porque en caso contrario estaremos abrazando la mediocridad más improductiva. La meritocracia fomenta la igualdad de oportunidades, la justicia social y la excelencia en la sociedad. Al enfatizar el mérito y el desempeño en lugar de otros factores irrelevantes, la meritocracia puede ayudar a construir una sociedad más justa, equitativa y próspera para todos. El férreo propósito de dar a cada uno lo que es debido es la justicia más femenina.

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