Mirando despacio

Atardecer en el Templo de Debod

Adoro Madrid. Hace unos días tuve la fortuna de volver al encuentro de esa ciudad que rezuma arte por cualquier rincón. Esa ciudad donde todo se hace posible: conciertos, teatros, restaurantes, librerías, museos,… En cada visita aflojo el paso y entonces ocurre la magia ante mis ojos. La gente ya no va tan aprisa, el metro se detiene algún segundo de más, incluso escucho menos ruido en Gran Vía o en Fuencarral. Busco el truco, no lo hay. Como siempre la trampa está en la mente y la solución a los conflictos en la mirada del observador…

Como es tradicional, el último día acudo a mi cita ineludible con mi querido templo de Debod. Miles de curiosos coinciden allí cada tarde, móvil en mano, para disfrutar del mejor atardecer de todo Madrid. Durante horas la gente se arremolina en los alrededores del templo buscando encontrar el mejor lugar para gozar de la puesta de sol. Siempre he pensado que todos los presentes simplemente tenían la intención de captar la mejor fotografía para subirla a las redes. Es posible, a nadie le amarga un like. Sin embargo, esta vez percibí un profundo respeto por lo que allí acontecía. Hechizados por aquel sol rojo anaranjado que se despedía ante nosotros, se instauró un silencio maravilloso, casi pactado. Una serenidad exquisita se respiraba en el aire cálido de aquella noche madrileña.

Quizá todos estemos ávidos de más atardeceres, quizá necesitemos situaciones que nos hagan vibrar y que nos inciten a recobrar el rumbo. Soy consciente de que resulta muy difícil competir con las redes sociales, los videojuegos, las plataformas televisivas… Cada vez más nos abducen anulando nuestros proyectos, borrando nuestra capacidad de crear. Medios con la intención de enganchar, de vencer a las relaciones personales, de enmascarar las tristezas y, como no, de robarle horas al sueño.

Resulta un factor de estrés importante vivir a la espera de esos aplausos inmediatos. Es lógico que nos genere una gran ansiedad hacer responsables de nuestra felicidad a un grupo de desconocidos; nuestro ánimo no debe quedar expuesto a la aceptación de individuos que no hemos visto jamás. Además corremos el peligro de necesitar cada vez una mayor dosis de «narcóticos» para quedar satisfechos, para llenar ese vacío que se va convirtiendo poco a poco en un agujero negro. Existe un plan B, estamos a tiempo de desactivar el modo alerta de nuestras vidas. Para romper este círculo vicioso debemos buscar aquello que nos ilusiona, esa actividad que nos genera bienestar, ese «clic» que nos devuelva las ganas de palpitar. Existe un más allá y se encuentra justo detrás del mundo digital… Existe un mundo paralelo donde la gente siente, la gente sufre y la gente se emociona. Ese mundo real comienza con el silencio. Silencio para pensar, silencio para imaginar y silencio para soñar.

Lejos del ruido, lejos de las pantallas, la vida nos ofrece mucho tiempo para disfrutar. Toca realizar un ejercicio de memoria para recordar cómo empleábamos nuestro tiempo de ocio años atrás. Reivindico volver a conectar con la naturaleza, cocinar comidas de calidad, hacer deporte, fomentar las relaciones personales y dedicar tiempo a la música y a la lectura.

Personalmente, agradezco el tiempo que comparto con mis libros. El contacto con sus páginas, con sus palabras, con sus ideas… me devuelve al presente. Pasear entre sus párrafos provoca en mí una sensación de calma y serenidad; la lectura me aporta una especie de bálsamo para mi mente y mi alma. Escucho y saboreo cada palabra en una sesión de atención plena. Entonces, ocurre… en la intimidad de la lectura tengo la posibilidad de resetear y preparar mi cerebro para crear.

Todos sabemos que la lectura es uno de los pocos vicios que no posee contraindicaciones y todos conocemos sus enormes beneficios. Hoy me aventuro a decir que leer se está convirtiendo en acto para valientes. Personas rebeldes que van contracorriente; que cambian el móvil por unos poemas de Benedetti, que huyen de Netflix para caer en brazos de Shakespeare, que prefieren disfrutar de una tertulia literaria antes que invertir horas enredados en Instagram o en Facebook. Personas que no entran en ningún tipo de algoritmo porque son libres para decidir qué libro escoger. Personas dueñas de su tiempo, personas no manipulables, personas que han descubierto el concepto de presencia.

Hoy me quedo con los atardeceres, con las experiencias reales con los otros, con los abrazos, con las palabras escuchadas y me quedo, con todo lo que me ofrecen los libros que me permito elegir.

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