Aula sin muros

Patria y fútbol

Patria y fútbol

Patria y fútbol / JESUS DIGES

Paco Javier Pérez Montes de Oca

Se ha dicho que se puede cambiar de cualquier cosa menos de equipo de futbol. Se es fiel a sus colores desde que se comienza a patear una pelota o balón reglamentario, antes en el juego de las chapas o colecciones de estampas de los jugadores de la Liga. Excepción hecha de los propios jugadores, principales protagonistas de la cosa que, como los gladiadores de circo romano que se vendían al mejor pagador amo, hoy son de un equipo y mañana de otro, aunque sea rival directo, cuyo escudo besan y en el que afirman, sin rubor, «siempre han soñado jugar». Mientras los paganos, la afición, rinden pleitesía inquebrantable al equipo de sus amores porque, antes que nada, son y desde toda la vida «un sentimiento». Viene a cuento por el ya famoso, para los anales de la historia futbolera, Caso Negreira, un trencilla que pasó de arbitrar partidos, sin pena ni gloria, a desempeñar uno de los cargos más importantes del arbitraje de la Liga. Se sabe, está demostrado, ha intervenido Fiscalía y lo denuncian todos los clubs a través la Liga Profesional, que cobró ingentes cantidades de dinero, desde hace decenas de años, del Club de Futbol Barcelona por informes de supuesta neutralidad que resultaron ser de palabra, redactados en unas cuantas cuartillas o videos de partidos mejor grabados por cualquier niño que tenga en sus manos un móvil. El presidente actual, señor Laporta, con fines patrios, deportivos, identitarios llegó a proponer que la selección catalana jugara, con la zamarra de la senyera, partidos de competición internacional. Estamentos federativos le respondieron que se abstuviera a las consecuencias: si cualquier entidad competente lo aprobaba, el club jugaría su propia liga o que se buscara acogida en otros lares deportivos nacionales. La ruina económica total. En este caso, siguiendo la frase del emperador Vespasiano, el dinero ni huele, ni tiene color. Y hasta la fecha, esta boca es mía. Era un clamor para que compareciera a dar explicaciones sobre semejante despilfarro. Se avino más de dos meses después de descubierto el entramado corrupto. Y para este viaje no hacía falta alforjas. Ni una sola crítica ni señal en concepto de que se hicieron los pagos millonarios con tan burdos justificantes presentados ante los medios. Patético y lamentable. En su lugar, el preboste y principal representante de un equipo cuya seña de identidad es «ser más que un club» echó balones fuera (nunca mejor dicho), asoció al equipo con la catalanidad patriótica que es un desiderátum dirigido a los suyos. Para nada comparable, pero no conviene olvidar la unión indisoluble de fútbol con patria cuando, en la dictadura de Videla en Argentina, el ardor patrio se asociaba al triunfo de la albiceleste mientras mujeres y hombres eran torturados en la Escuela Naval de Buenos Aires. Una vez que Laporta abrazó su peculiar nacionalismo se dedicó a dar mandobles verbales contra tirios y troyanos, entre ellos su enemigo, más que adversario (como en los dictadores, el enemigo está fuera) el Real Madrid. Apeló al victimismo pusilánime, nada asertivo de otros presidentes y dijo, irascible, que ha sido un equipo beneficiado por ciertos estamentos y ser el «equipo del Régimen». Ardió Troya. El equipo aludido respondió, a través de sus medios, con un video en el que demostró, con datos e imágenes en blanco y negro, como el club fue beneficiado y bendecido por el Dictador, durante el tiempo que «habitó entre nosotros». Lo que nadie puede negar, por contexto y disyuntiva de ese momento de la historia que afectó al fútbol, es que equipos del Régimen, por adhesión voluntaria, involuntaria o interesada, fueron todos los de la época. También el equipo fundado por obreros republicanos en el barrio madrileño de Chamartín. Paseó por el mundo la enseña patriótica, con el fútbol de altura de sus jugadores, para olvidar otros desagravios. El general Franco era un perfecto desconocido o rechazado en Europa y fue el equipo del «supuesto» Régimen, principal baluarte y propaganda mundial de una España sumida en el atraso, la autarquía y la depresión colectiva. En este caso fue el Régimen el que se aprovechó del equipo. Pero, para consumo interno, el Real Madrid colaboró y participó en el rancio nacionalismo, centralista, propugnado por la Dictadura. Basta con ver las imágenes, con el Generalísimo en el palco, de las manifestaciones deportivas en el remozado estadio Santiago Bernabéu con motivo del Día del trabajo, los primeros de mayo de todos los años. Mientras, la única televisión pasaba algún partido de esos de época para evitar posibles concentraciones de los pocos que se atrevían a protestar en las calles. Después de la pobre y lamentable intervención del presidente, el reclamo a la patria. Los voceros del Gobierno catalán salieron en defensa del único club que lo representa, su exclusiva tribu identitaria. Ataques furibundos al que hirió la patria mancillada. Ni una palabra para lo que se ventila en el caso: si no lo judicial que está por dilucidar, sí que lo ético, lo amoral que resulta para el deporte que transciende a lo puramente local tal inusitado y deleznable comportamiento. Nada nuevo por aquello de que son unos corruptos, pero son nuestros corruptos. Una actitud gregaria que afecta a todo el fútbol. Nada más que ver como los patrioteros aplauden a un futbolista de élite, cuando asiste a una cita judicial para dar cuenta del fraude a esa hacienda que somos todos. También a ellos, aficionados de acá y de allá. El «pan y circo» del escritor latino Juvenal. Lo que dijo, en una ocasión un presidente a otro en el palco: «hay que dar carnaza a la plebe». También a la de su equipo que vociferaba en el estadio. Que ven en un pendón cuasi medieval una identificación domeñada. No un deporte, de desgaste físico, agonístico, colaborativo, enaltecedor cuyo principal premio debe ser, además de un modo de vida, en este caso de lujo, la corona de laurel que coronaba las cabezas de los deportistas del coliseo del Olimpo.

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