Al azar

Baltar, récord de velocidad a 215

A 215 kilómetros por hora en autopista, el presidente de la diputación de Ourense se lo ha puesto difícil a sus competidores en velocidad y en impunidad

Baltar.

Baltar. / IÑAKI OSORIO

Matías Vallés

Matías Vallés

Manuel Baltar estableció el pasado domingo, en el horario infantil de las seis de la tarde, el récord de velocidad de un político español en la modalidad de piloto de un coche oficial, para que un presunto siniestro del automóvil recaiga sobre las arcas públicas. A 215 kilómetros por hora en autopista, el presidente de la diputación de Ourense se lo ha puesto difícil a sus competidores en velocidad y en impunidad. El mérito no consiste en alcanzar una marca que se sale de los cuentakilómetros de un utilitario, sino en montar la exhibición con descaro, en una carretera patrullada por la Guardia Civil.

El infractor es más famoso por su apellido que por su rango de presidente de la Diputación y ahora Imputación de Ourense. En ningún caso la condición de peligro público, que conlleva su investigación por un delito contra la seguridad vial, empeora su condición de político a secas. También es absurdo entrar en disquisiciones sobre la marca en sí misma. El mérito no está en alcanzar los 215 kilómetros por hora, velocidad no rebasada el pasado domingo por ningún otro ciudadano español, sino en dictaminar que solo Baltar decide la velocidad a la que se mueve Baltar. De ahí que la impertinente intromisión de la Guardia Civil en el libre albedrío del político del PP solo deba atribuirse a la dependencia orgánica de ministerios del PSOE.

El mensaje que deseaba transmitir el dirigente del PP es nítido. España necesita timoneles con audacia y pericia al volante, en vez de esos renacuajos de la izquierda radical que toman precauciones al mínimo atasco. De ahí que su primer impulso fuera recurrir la sanción, por improcedente. Ante la difusión del caso, hoy atribuye los 215 a «un despiste», cuando se trata en realidad de una convicción. Baltar no es un convicto, es un convencido de que su santa voluntad y su santa velocidad son indisolubles. Por eso reconoce que ser medido por el mismo rasero que sus semejantes «es una situación dolorosa para mí». Bravo, Baltar, los campeones no piden perdón.

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