Reflexión

Lenguaje y comportamiento

Archivo - El expresidente de Estados Unidos Donald Trump

Archivo - El expresidente de Estados Unidos Donald Trump / Bernd von Jutrczenka/dpa - Archivo

Manuel Wood Wood

Manuel Wood Wood

Ya sea por seguir el éxito y el ejemplo de personajes, en apariencia democráticos, o por la insensatez y el desequilibrio que la inminencia de las elecciones provoca en los políticos, lo cierto y verdad es que, más que servidores públicos o aspirantes a ello, éstos se han convertido, últimamente, en una estirpe guerrera obcecada por la obtención o retención del poder.

Desde las tribunas donde, más que presentar su alternativa, se previene al pueblo sobre los males del adversario, se emplea una retórica febril e incendiaria carente de una visión sensata sobre cómo se deben emplear las palabras. Quiero creer que inconscientes de que el lenguaje da forma al comportamiento y éste orienta e impulsa nuestras acciones, nuestros políticos hacen uso de manera irresponsable de metáforas sibilinas, insinuaciones rastreras, ataques directos, insultos, etc.

Solamente me bastó leer la afirmación del senador Rollan: «Los cimientos de la ley de vivienda se asientan sobre las cenizas del atentado de Hipercor». Combatir el ya extinguido terrorismo de las armas con el terrorismo de la palabra es perpetuar la inquina e inocular el virus del enfrentamiento entre nuevos rojos y azules.

Nunca me vi tan alejado de la política.

La violencia verbal trumpista (por no emplear otro adjetivo derivado de algunos políticos nacionales) que permite decir cualquier cosa con tal de sacar provecho de ello, cala sutilmente en muchos votantes hasta tal punto que la política pasa a considerarse un campo de batalla. Al interiorizar esa deplorable retórica de guerra corremos el peligro de vernos convertidos en soldados, defensores despiadados de nuestro partido. El enfrentamiento de alto nivel baja a la soldadesca y yo mismo he sido testigo de algo más que broncas en defensa de un supuesto líder.

A lo largo de la historia reciente, la política vista como un encuentro verbal agresivo y violento se ha materializado en invasiones a instituciones gubernamentales, asesinatos, traiciones y guerras.

Si estas elecciones son un ejemplo de la velocidad con que la retórica de la violencia y la confrontación inunda el terreno político, no quiero imaginarme cómo serán las del próximo diciembre.

El desacuerdo no implica necesariamente el uso irresponsable de un lenguaje incendiario y violento, y aún menos de esas metáforas, en otros contextos inocuas, pero que en el terreno de la confrontación son imágenes que impregnan nuestro pensamiento de sentimientos de revancha, ira y crueldad.

El uso intencionado del lenguaje, aquel con el que se pretende construir realidades que no se ajustan a la verdad es el ejemplo más claro y peligroso de control, manipulación y dominio político.

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