Observatorio

La Guerra Fría se repite, pero no tanto

Joe Biden.

Joe Biden. / EFE

Cristina Manzano

Cristina Manzano

En 2012, Hollywood estaba preparando un remake de la película Amanecer rojo, en el que, en lugar de luchar contra los soviéticos como en el original del 84, los americanos se enfrentaban a China. Pero, en el último momento, cambió el guion y los buenos tuvieron que vérselas con un ejército de invasores norcoreanos. ¿La razón? La mayoría de los estudios estadounidenses dependen en buena manera del mercado chino y los productores no podían arriesgarse a perder espectadores. Una cosa son las tensiones geopolíticas y otra renunciar a los clientes. Lo contaba hace poco en un artículo el escritor y periodista Fred Kaplan.

Es una muestra más de lo difícil que está siendo materializar el desacople, la reducción de las relaciones chino-estadounidenses. Un proceso que encontró un punto de inflexión en la guerra comercial lanzada por Donald Trump y que después ha continuado bajo la presidencia de Joe Biden. Una creciente división del mundo en bloques que ha llevado a muchos a describir el periodo actual como una nueva guerra fría.

Guerra Fría 2.0 es, precisamente, el título de un libro de reciente publicación. Su autor, el experto en conflictos Mariano Aguirre, rastrea en las diferencias y similitudes entre el periodo tras las Segunda Guerra Mundial y el actual, buscando pistas para entender hacia dónde nos dirigimos. En el fondo, siempre presente, la famosa trampa de Tucídides: la teoría del historiador griego de que el traspaso de poder entre dos grandes potencias pasa inevitablemente por la guerra.

Traslado del poder a Asia

Una de las diferencias que Aguirre identifica entre ambas épocas es la falta de ideología: si antes fue el enfrentamiento entre capitalismo y comunismo, ahora todos los actores actúan dentro del mismo sistema económico. Otra, el peso del liderazgo: si entonces el gran configurador del orden global fue Estados Unidos, ahora aparece como una potencia en declive, mientras que la ascendente es China y, con ella, pero no solo, el traslado paulatino del poder hacia Asia. También hay diferencias en la capacidad estadounidense a la hora de contener a la Unión Soviética, con su despliegue militar a lo largo del mundo; hoy las herramientas de todo tipo desplegadas por Pekín –económicas, comerciales, de ayuda al desarrollo, diplomáticas– no son tan fáciles de contrarrestar.

Son solo algunos de los rasgos diferenciadores enunciados por el autor; a partir de ahí, Guerra Fría 2.0 ofrece un repaso a las principales tendencias geopolíticas del momento: desde la nueva multipolaridad del orden internacional al nuevo no alineamiento buscado por otras potencias –Brasil, India, Turquía, Indonesia–, que aspiran a defender sus intereses por encima de las disputas entre los dos grandes poderes; desde los desajustes de una globalización que ha incrementado las desigualdades hasta la recuperación del aumento de gasto militar, con el agravante de haber perdido, en buena medida, el componente de la disuasión que las armas nucleares supusieron durante la guerra fría 1.0.

Pero, además de todas las enunciadas, la principal diferencia entre ambos periodos es el de la dependencia mutua. Por mucho que se esgrima toda una batería de armas (comerciales y tecnológicas), no va a ser fácil desenmarañar la intrincada red de relaciones establecidas entre las grandes potencias. Las cifras disponibles sobre el impacto de la guerra comercial, por ejemplo, muestran que Estados Unidos ha disminuido sus importaciones de algunos productos chinos (semiconductores, hardware, electrónica de consumo, ropa, calzado), pero ha aumentado las de otros (portátiles, monitores, teléfonos, videoconsolas, juguetes).

Visto desde estas latitudes, la pregunta siempre es dónde se sitúa la Unión Europea. La Comisión acaba de anunciar una revisión de su política hacia China, para «reequilibrar» la relación, según la presidenta Ursula von der Leyen. El lenguaje europeo ahora apunta a disminuir el riesgo (de-risking) de las vulnerabilidades que crea la dependencia, sabiendo que romper todos los vínculos es imposible. La realidad es hoy mucho más compleja que pintar un mundo en dos bloques, como el del antiguo Amanecer rojo. 

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