En voz alta

Defender la verdad, resistir la indiferencia

Luis Sánchez-Merlo

Luis Sánchez-Merlo

El comité de graduación de la Universidad de Harvard acertó invitando este año a Tom Hanks (California, 1956), «el icono de Hollywood», a pronunciar el discurso de clausura, «uno de los mejores jamás pronunciado», en la ceremonia de graduación del curso.

En Estados Unidos, una graduación universitaria –commencement– es un espectáculo que no tiene nada que envidiar a unas elecciones, un partido de los Lakers o el descanso de la Superbowl.

En un escenario repleto de científicos magistrales, un actor de cine, desertor universitario –como Steve Jobs y Bill Gates– fue investido doctor honoris causa en Filosofía y Letras, evidenciando que la valía no está ligada al título.

En un mar de togas y birretes, ante 9.000 estudiantes galoneados de amigos y padres, el hijo de un cocinero y una trabajadora de hospital encabezó –con toga y birrete de color vino y negro– la tradicional procesión de graduación en el Harvard Yard.

En un discurso emotivo y pleno de humor, Tom Hanks instó a los graduados a ser superhéroes en la defensa de la verdad y los ideales y a resistirse a quienes tergiversan la verdad en su propio beneficio.

En medio de una carcajada general, continuó diciendo:

«En ocasiones como ésta, desconfíe de aquellos que recurren a citas o la mención de nombres de amigos famosos, como reivindicación de cierta sabiduría. O como me contó una vez un hombre llamado Marlon Brando –el legendario protagonista de El Padrino–, conocido por su activismo en defensa de minorías. Cuando era joven y se inscribió en el servicio militar obligatorio, rellenó el formulario con su nombre y edad. Pero cuando se trataba de su raza, escribió ‘humano’. Pero Tommy ¿qué somos, sino humanos? Sí, lo somos. Somos humanos».

«Veritas» –la palabra latina para «verdad»– es la contraseña de Harvard. Cuando llegó el momento de pronunciar su mensaje formal, Hanks centró su alocución en la importancia de defender la verdad en un mundo donde la desinformación puede socavar los valores más esenciales de nuestra sociedad.

Con énfasis, abordó el tema de las noticias falsas y retomó el grito de guerra, contra la indiferencia, coreando una pregunta: «Si no lo hago yo, ¿quién lo hará?»:

«Cada día, cada año y para cada promoción, hay una opción que tomar. Es la misma opción para todos los adultos, que tienen que decidir ser uno de estos tres tipos: los que abrazan la libertad y la libertad para todos, los que no, o los que son indiferentes. Sólo los primeros hacen el trabajo de crear un país más perfecto, una nación indivisible. Los otros estorban».

Hanks vino a decir: seamos inteligentes y abracemos la libertad para todos, antes de que sea demasiado tarde para salvar a nuestro país del fanatismo y la indiferencia.

Parafraseando a Eli Wiesel –el Premio Nobel, superviviente de los campos de concentración nazis– cuando decía: «Lo contrario del amor no es el odio, sino la indiferencia», Hanks lanzó el reto a una audiencia tan distinguida:

«Depende de todos nosotros luchar contra la indiferencia, porque esta lleva al autoritarismo. Los que son indiferentes puede que se sientan frustrados y agotados en el intento de aplicar la libertad y la libertad para todos y están a la espera de que otros también lo hagan. El temor es que aquellos que son ‘indiferentes’ sean nuestra perdición».

Resulta irónico que Hanks, «un avatar de la bondad americana» (el New York Times dixit), tuviera que explicar a los graduados de Harvard la naturaleza de la verdad y el respeto, a sabiendas de que buena parte de los que ahora se dedican a la política no tienen interés en la verdad y el respeto, la ética o la moral.

«La verdad, para algunos, ya no es empírica. Ya no se basa en datos, ni en el sentido común, ni siquiera en la decencia. Decir la verdad ya no es la referencia para el servicio público, ni el bálsamo para nuestros miedos, ni la guía de nuestras acciones. La imaginería se fabrica con audacia –y a propósito– para empañar la verdad con lógica fingida, aparente pericia y falsa sinceridad. La verdad se considera ahora maleable por la opinión y por los juegos finales de suma cero».

Al final de su plática, sorprendió con una impactante admonición: «La responsabilidad es de ustedes. El esfuerzo es opcional. Pero la verdad, la verdad es sagrada. Inalterable».

Tom Hanks parece ser el más apropiado para hablar de la verdad. Una encuesta de años atrás en Reader’s Digest –la revista más leída del mundo– vindicó que Hanks era la persona en la que más confiaban los estadounidenses.

Insistiendo, una y otra vez, en la indiferencia (esa devoción de la generación de cristal, poblada de desganados, codiciosos de poder que utilizan su inteligencia para seguir ganando más dinero por cualquier medio necesario) detonó:

«La propaganda y las mentiras descaradas se erosionarán con el tiempo. La ignorancia y la intolerancia pueden ser sustituidas por la experiencia en un abrir y cerrar de ojos, pero la indiferencia estrechará la visión del pueblo estadounidense y oscurecerá la luz de la antorcha simbólica de la Estatua de la Libertad».

En un momento en que tenía enfrente algunas de las mentes más brillantes del mundo, el ganador de dos óscar se burló, amistosamente, de su falta de credenciales:

«Ahora, sin haber trabajado nada, sin haber pasado tiempo en clase y sin entrar ni una sola vez en esa biblioteca (...), me gano muy bien la vida interpretando a alguien que sí lo hizo».

Antes de que el ganador del Oscar al Mejor Actor –en dos ocasiones: Philadelphia y Forrest Gump– se dirigiera al podio, el presidente de Harvard, Lawrence Bacow, le trazó como «un verdadero maestro de su oficio, que ha dado vida a algunos de los personajes más convincentes, amados e icónicos de la pantalla».

El icono de Hollywood que, a lo largo de décadas de carrera cinematográfica, ha interpretado a un astronauta, un soldado, un niño en el cuerpo de un hombre e incluso a un profesor de Harvard, ha hecho algunas de las mejores películas de Steven Spielberg y es uno de los grandes favoritos del público.

Entre risas, el artista de 66 años ironizó en la campa de Boston:

«No sé mucho latín, no siento auténtica pasión por las enzimas y la política global es algo que ojeo en el periódico, justo antes de hacer el crucigrama».

En un intento de irradiar los valores de Hanks que no pierden actualidad, toca detenerse en Los archivos del Pentágono (2017), la película dirigida por Spielberg, con Tom Hanks en el papel de director del Washington Post y Meryl Streep en el de Katharine Graham, propietaria del periódico.

El filme versa sobre la separación de poderes, la importancia de la libertad de prensa (y de expresión), la necesidad del control al poder político desde la independencia y la urgencia de destinar las ayudas públicas a otras causas, no al apuntalamiento de un poder mediático-político que poco tiene que ver con la representación democrática.

En vísperas electorales, la aprobación de un nuevo acuerdo marco de publicidad institucional que habilita al Gobierno a gastar 440 millones de euros, con una vigencia máxima de cuatro años, es delator del concepto que de la libertad de expresión tiene el poder.

Verdad e indiferencia, qué palabras tan poderosas en este momento de España.

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