Reflexión

Soñar lo imposible

Lucas López

Lucas López

El aeropuerto de Cali hormiguea con el amanecer. Para llegar desde Buga hemos atravesado kilómetros de carretera suficientemente cuidada. La caña de azúcar se extiende por el inmenso llano a uno y otro lado hasta prácticamente chocar con las sierras que a oriente y occidente contienen el Valle del Cauca. El olor a biocombustible nos invade a ratos provenientes de los ingenios distribuidos con algún criterio que se me escapa. «Por aquí era lo de la pesca milagrosa», dice Miguel, el taxista, pero corrige: «y sigue siendo». Ayer, mientras subíamos a la sierra, cerca de Restrepo, también nos hablaron de la pesca. «La guerrilla o los paramilitares te paraban y te decían, mira ve, quién es usted, y si encontraban un pez pagador, dele, ve, súbase a la camioneta, vamos para la sierra, y a esperar rescate». Todavía están. Son diferentes grupos: narco guerrillas que quedaron como herencia criminal de los duros años vividos. Así que la gente mira con creciente pesimismo el esfuerzo del gobierno Petro por la «paz total».

Tras el almuerzo del penúltimo día del encuentro, la chiva, una enjuta guagua colorista montada con maderas y luces a partir de una camioneta, serpea subiendo hacia un manantial serrano que gestiona la comunidad campesina de Aguacate y Potrillo. Chachareamos la ruta hablando de lo divino y lo humano. A medida que ascendemos, el paisaje muestra las heridas rojizas de una erosión creciente que degrada los suelos. Contrasta con una arboleda, alineada como soldaditos en una parada militar, que nos hablan de empresas madereras que dan siete años al eucalipto y quince al pino antes de talarlos para la fábrica de papel.

Elvira, lideresa comarcal, en torno a los cincuenta, piel de sol, nos explica la importancia del gesto que ha programado la Oficina de Comunicación Jesuitas de Colombia: plantamos árboles autóctonos en la quebrada donde está el manantial. «El Estado no está», dice. Así quedó todo después de las guerrillas. Si no es por la organización comunitaria no hay agua. El Instituto Mayor Campesino, obra de los jesuitas presente en la comarca hace seis décadas, promueve soluciones técnicas y busca financiamiento internacional. «Fue Alboan (ong jesuita del País Vasco) la que consiguió el dinero», nos dice Pedro, ingeniero civil del IMCa, mientras nos muestra la planta de depuración de aguas construida con tecnología propia, el trabajo de las mingas campesinas y la financiación de la cooperación internacional. «Los costes no son muchos, pero están fuera del alcance de la comunidad», cuenta Pedro. Estamos a unos mil setecientos metros, en la sierra occidental del Valle del Cauca, a unas horas de Buenaventura, el puerto del Pacífico que, María José, del JRS describe con crudeza: «es una ciudad entregada al Clan del Golfo». María José siente pasión por la labor del Servicio Jesuita Refugiados (JRS) y preocupación por los agentes de la institución en lugares donde no somos capaces de garantizar la seguridad.

En la ruta de vuelta, mientras bajamos ya en la noche hacia el Valle, mi compañero de traqueteo, Fabian, comunicador del Centro de Ignaciano de Espiritualidad y Reflexión, me explica: «eran paramilitares, los pusieron en marcha los propietarios de la zona para defenderse de las guerrillas, luego quedaron como los amos de la ruta del narco y ahora se dedican a la trata de personas, migrantes atrapados entre la pobreza y una normativa que arroja a las gentes en manos de coyotes que hacen su plata y abusan sin escrúpulos». Se refiere al Clan del Golfo, el primer grupo en rechazar el plan de paz del presidente Petro.

Ahora, en el aeropuerto tengo delante la imagen de Laura, la ingeniera agrónoma que trabaja en la potabilización de las aguas de la comunidad de Aguacate y Potrillo. Se encarga del vivero de plantas que se implantan en la quebrada del nacimiento. Me cuenta que dejó Cali convencida de que hace falta otro modo de vida… «Se trata de vivir de otro modo. Por eso me vine. Por eso estoy aquí», resuenan las palabras de la joven campesina por opción. Me llaman a embarcar, pero todavía otra imagen de la víspera, ya de noche, ante el brillo danzarín del fuego nocturno. Male, la responsable de Comunicación Jesuitas de Colombia, me agradece la presencia y enfatiza: «Soñar lo imposible, esa es nuestra labor comunicativa».

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