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Ser escritora

Ser escritora

Ser escritora / Meryem El Mehdati

Meryem El Mehdati

Meryem El Mehdati

Sucede en ocasiones que las palabras no quieren salirle a una. Se frunce el ceño ante la página blanca, se aprietan algunas teclas del teclado, no se consigue plasmar en una oración simple ni en una oración subordinada ni en un párrafo la idea que se tiene en la cabeza y que tan brillante parecía. La paciencia se esfuma, ahora suena el móvil, ahora se recuerda un correo que quedó pendiente, ay, esa factura que no se envió, uy, esa factura que sí fue mandada y que todavía no nos pagaron, hay mucho sinvergüenza suelto por ahí. El documento en el que se pretendía trabajar queda olvidado, se retomará cuando vuelva la inspiración o cuando queden tres horas para la fecha y hora de entrega acordadas, me ha pasado tantas veces ya. A veces, en la desesperación de tender la mano en el vacío y no dar con nada, se recurre a una amiga a la que se le pregunta “¿De qué te gustaría que hablase en la columna del domingo?”. Esa amiga respira hondo y responde, a más de mil ochocientos kilómetros de distancia, “¿Alguna vez pensaste que la vida nos pide demasiado?”. Por supuesto, de la columna del domingo ya no se acuerda ni Perry ni la que este texto firma, entramos en el espinoso tema de pasar a considerar si de verdad la vida nos pide demasiado a los que estamos todavía vivos, por suerte o por desgracia. En algún momento de la conversación terminamos encogiéndonos de hombros y sentenciamos “También es verdad que esperamos mucho de la vida”. Una amiga de esa amiga nuestra intenta ofrecer un salvavidas, sugiere “Puedes hablar del amor, de lo mucho que exige” y las voces de alzan un poco, solo un poco, porque a ver quién es la guapa o el guapo que se atreve a definir lo que es el amor y lo que entraña. Yo no, ya lo siento. Así, pasa otra hora más y la columna sigue sin escribirse. Se avisa a todo el mundo de que por favor no nos escriban, no nos arroben en ningún sitio, no nos llamen hasta que terminemos de escribir este texto, esta columna cuya autora siempre ansía reescribir una vez leída en su versión impresa.

Una pregunta que se repite con mucha frecuencia en las presentaciones, en las conferencias, mesas redondas, firmas de libros, largo etcétera de eventos, es “¿Cómo puedo ser escritora?”. O escritor, no hago distinciones, pero durante siglos otros sí las hicieron y esta es mi forma de intentar compensar la injusticia. A esa pregunta una nunca sabe muy bien cómo responder. Yo le aconsejaría a cualquiera que le haya dado vueltas a este tema que primero se intente dedicar a otra cosa. La que sea, poco importa, no existen empleos indignos más allá del proxenetismo o sus derivados, y como bien sabemos ningún proxeneta sueña con ser escritor precisamente. Salvados estamos. Si lo de ser cualquier otra cosa no funciona, si hay algo dentro, muy dentro, justo ahí donde nos volvemos blandos y maleables que nos empuja a escribir una palabra y luego otra y otra y así hasta llegar a la oración y luego al párrafo, si la única forma de consuelo con la que se cuenta en la vida es esta -más allá del abrazo de la familia, de los amigos y de las personas amadas- me congratula informarle de que es usted escritora (¡o escritor, claro!).

Fui siempre de la misma opinión, lo único que hace falta para escribir es eso, escribir. Podríamos entrar en cuestiones más técnicas, en qué es escribir bien, qué es escribir mal, pero el asunto es extenso y aquí nos ocuparía varias páginas. Mi consejo inicial, el de dedicarse a cualquier otra cosa antes, es porque una vez se comparte un escrito con alguien la persona que lo escribió pierde una suerte de capa de dureza que antes la protegía. Resulta imposible no terminar dejando algo de una misma en las palabras que se comparten. Una gotita de sangre, un miligramo de alma, la errata ocasional que solo se ve una vez pulsado el botón de enviar. Y ya está, en esto consiste ser escritora. Intuyo que lo que verdaderamente empuja a alguien a hacer esa pregunta en voz alta es el interés por saber cómo puede ganarse nadie la vida escribiendo. Escribir por dinero es un tema distinto, es otro oficio, otra cosa. Ni mejor ni peor, solo diferente. En esto último, lo de escribir por dinero, soy casi una recién nacida, por lo que no tengo consejos. Me gusta escribir y me gusta el dinero. Al parecer admitir esto último está feo y habríamos de trabajar por puro amor al arte, sin entrar a contemplar detalles nimios como el pago de nuestras facturas o la compra de artículos de primera necesidad. Podría ser peor, de todas formas. Podríamos ganarnos el pan jugando con el dinero de los demás, como hacen los banqueros.

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