Crónicas galantes

La política es un número

Sumar reivindica en Gran Canaria la relevancia del Senado como cámara de representación territorial.

Sumar reivindica en Gran Canaria la relevancia del Senado como cámara de representación territorial. / LP/DLP

Ánxel Vence

Ánxel Vence

Decía el porteño Borges en sus años reaccionarios de juventud que la política es un abuso de la estadística, opinión de la que se desdijo a la vejez. Y, sin embargo, llevaba razón. La presencia de una coalición denominada Sumar –que en efecto suma decena y media de partidos– demuestra hasta qué punto la política es un asunto vinculado al cálculo matemático.

El método D’Hondt que se usa en España y otros muchos países para la conversión de votos en diputados es pura aritmética, desde luego. Se basa en un número de cocientes sucesivos, es decir: en divisiones, cálculos y recálculos. Al voto en bruto emitido por los ciudadanos se le somete a toda suerte de pulidos para su traducción en neto a escaños.

El sistema premia a los partidos mayoritarios, razón por la cual los pequeños tienden a apiñarse en una sola lista. La fórmula del belga Víctor D’Hondt, que curiosamente era jurista, penaliza las divisiones y, a la inversa, multiplica los escaños de aquellos partidos que acuerdan concurrir juntos a la votación.

El caso de Sumar, como antes el de Podemos, pertenece a este género basado en la adición de diversas partes. Suele abundar en los partidos situados más allá de la izquierda socialdemócrata y de la derecha conservadora, posición que les vale el calificativo de «ultras» (que en el latín original significa precisamente «más allá de»). Pero no son los únicos que practican este abuso de la aritmética llevado a la política. En los últimos años han surgido otros de alcance meramente provincial y sin ideología definida que a menudo usan nombres imperativos. Al conocido Partido Regionalista de Revilla, habría que sumar aún Teruel Existe, Jaén Merece Más, Soria ¡Ya! o Democracia Ourensana, que acaso difiera de la ateniense.

Ideologizados o meramente territoriales, todos ellos apelan precisamente a la aritmética para lograr sus fines. Ninguno aspira en serio a ganar las elecciones (salvo los estrictamente municipales), por más que de vez en cuando suelten alguna baladronada al respecto.

Su papel, tanto en la extrema izquierda como en la ultraderecha, es meramente auxiliar y depende por completo de la aritmética parlamentaria. Si al partido ganador le falta un determinado número de diputados, ahí están ellos para prestárselos a cambio de alguna vicepresidencia y unos cuantos ministerios o consejerías decorativas, en el más favorable de los casos. Y si aun así no alcanzase, siempre quedan los partidos provinciales para completar la mayoría.

Estas cosas no ocurrían en los sosegados tiempos del bipartidismo, cuando socialdemócratas y conservadores se repartían el poder y la pasta por riguroso turno. Ahora son rehenes de los partidos minoritarios e incluso de los minúsculos, que quieren su parte del pastel sin más que sacar a subasta sus escaños en la feria del voto.

Un diputado o dos –no digamos ya 30 o 40– pueden ser un tesoro; y de hecho se cobran a buen precio si sus propietarios saben negociarlos con fino instinto comercial. El único problema, de orden más temperamental que aritmético, es poner de acuerdo a dos españoles cuando hay un botín en juego; pero todo se acaba arreglando.

Aunque los políticos sean gente palabrera de letras, lo cierto es que la política se ha convertido en un número. De circo o de lo que sea.

Suscríbete para seguir leyendo