El palique

Feijóo se compra un perro

Alberto Núñez Feijóo.

Alberto Núñez Feijóo.

Jose María de Loma

El Rey Feijóo ha pedido que le traigan la cabeza de Michavila, su chamán, gurú y brujo demoscópico. Pero sus pajes le han recordado que está desnudo y entonces ha corrido a ver si Sánchez le presta una capa, una investidura, unos calzoncillos, un sayo, un algo. Como Venganza, Sánchez lo ha recibido vestido de Travolta y se ha dirigido a él en inglés. Feijóo ha huido despavorido gritando que nos vote Txapote. En su correr alocado, al aún líder popular se le ha ocurrido ir a pedirle complicidad y consejo a Ayuso, que para la ocasión lo ha recibido vestida de negro y con una daga. A su lado, Miguel Ángel Rodríguez, descalzo y con toga a lo romano, bebía sorbos de una taza mientras acariciaba a un tigre que a veces le lamía el tobillo. «Es muy cariñoso», musita Ayuso. Mucho más tranquilo tras la visita, Feijóo ha vuelto a su reino genovés, históricamente lleno de piratas, como todo el Mediterráneo. Allí se había colado Bolaños, que tiene el castigo de la invisibilidad y aspecto de inofensivo. Chupando un polo de fresa contempla las idas y venidas de tuercebotas, elfos, compungidos, arrebatacapas, gamarros, Maroto y el de la foto y González Pons en picardías, que esperaban momios, chollos y canonjías, gobiernos, embajadas y hasta el Ministerio de Igualdad. Igual da.

Mientras, Puigdemont, que desayuna churros madrileños y ha vuelto a coger unos kilos de ego, mira el mapa gigante que se ha hecho dibujar en la pared, la gran Cataluña, que incluye Pontevedra, Arabia, Fuengirola, un trozo de Bristol y la fábrica de Mahou en Madrid. Elucubrando sobre si reclamar también o no la costa sur de Ceilán, mira el teléfono por si es Sánchez, al que en la agenda tiene consignado como Pedrín. Está contento esta mañana Puigdemont, no solo por los churros, hoy hay cocido en Waterloo. También porque Junqueras no se le ha aparecido esta noche, como suele. Vestido de preso, en sus apariciones le reclama más rancho, menos exilio y más valentía. Y la receta del gazpacho.

Feijóo ha decidido llamar a Puigdemont, que ignora que le van a amargar la feliz mañana. Quiere incitarlo al bloqueo y por tanto a la repetición electoral. Y a churros. Pero Feijóo no sabe el número de Waterloo y está empezando a pensar que todos los que en Génova le dicen que no lo tienen le están haciendo la cama. Para consolarse, llama a Abascal, que al ver el teléfono, afirma para sus adentros, Jesús de mi vida, este hombre siempre me tiene que llamar cuando estoy empezando la tanda de abdominales. Qué nos ha pasado, Santi, inquiere Feijóo. Y yo qué sé, Alberto, pero dónde te metes que se oye fatal. No quiero que me oigan hablar contigo, dice Feijóo, observando por un ventanuco que en Génova han pedido pizzas y empanadas para todos pero no para él. Cuelga. Sopesa comprarse un perro –eso sí que es un amigo fiel– pero no sabe si tendrá tiempo para sacarlo a pasear. Para relajarse decide poner la tele. Sale Silvia Intxaurrondo.

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