Tropezones

Quemar coranes

Archivo - Ejemplar del Corán, el libro sagrado del Islam

Archivo - Ejemplar del Corán, el libro sagrado del Islam / Bernd Thissen/Dpa - Archivo

Lamberto Wägner

Lamberto Wägner

En los últimos tiempos en Suecia y en Dinamarca algunos desaprensivos, que ni siquiera son del país, se empeñan en quemar coranes ante mezquitas o en lugares públicos. Con una clara intención provocadora lo llevan a cabo con gran apoyo mediático. Y los resultados son también los previsibles: violentas represalias a intereses escandinavos en países musulmanes, incluso con asaltos e incendios de embajadas. La reacción lógica a primera vista sería la de prohibir este tipo de afrentas, como incluso el Papa o la ONU preconizan, acotando los límites de la libertad de expresión. Pero no lo entiende así el gobierno sueco que recalcando, eso sí, que en absoluto es el instigador de dichos actos, como lo malinterpretan interesadamente en los países afectados. Y eso sin contar con los que tergiversan y amplifican lo ocurrido, a menudo influencers a sueldo incluso de potencias hostiles como Rusia. El ministro de asuntos exteriores sueco se pasa días enteros contactando con los países musulmanes explicándoles que la propia ley sueca prohíbe al gobierno intervenir, pues ello implicaría socavar uno de los pilares fundamentales de la democracia sueca, la libertad de expresión.

¿Quien tiene razón, el Papa o el gobierno sueco? Repasemos algunas premisas.

¿Con qué derecho se arroga un Estado la exclusiva de un credo religioso considerando como enemigos a aquellos que no profesan dicha creencia?

¿No es obvio el inmenso sufrimiento que han provocado los enfrentamientos por la defensa de un libro santo, sea la Biblia, el Corán u otros símbolos sagrados a lo largo de la historia?

¿No debería ser evidente que una religión se abstuviera de entrometerse en la vida de las personas? Recordemos tan sólo aquí las mutilaciones genitales, los matrimonios infantiles, o las condenas a muerte por orientaciones sexuales diferentes a las impuestas por dicha religión.

¿Como es posible maltratar, y en algunos casos hasta condenar a muerte a un apóstata que abjure de una religión basada en unos textos que no han sido puestos al día desde tiempo inmemorial?

¿Acaso cuando un sistema de creencias se convierte en hegemónico no se corre el peligro de que los derechos de las demás religiones sean los primeros en subvertirse, como ocurre en cualquier estado totalitario?

Por el contrario, la libertad de expresión presupone circunscribir la religión a una relación entre el individuo y su dios, dando por sentado que un libro puede ser sagrado para uno, pero no serlo para otros. En Suecia la libertad de expresión viene a ser la garante de convivencia entre testigos de Jehová, budistas, hinduistas, judíos y cristianos. Y tal vez el ejemplo de Lutero no sea ajeno a dicha actitud, desafiando en su día una hegemonía papal, que convertía en blasfemo y excomulgable a todo aquel que pusiera en duda la única religión verdadera.

Sea como sea, yo estoy dispuesto a darle un voto de confianza a mi gobierno, neutralizando hasta donde se pueda el chaparrón de atentados, avalados por la hipócrita intolerancia de regímenes autocráticos.

Porque no nos engañemos: a la postre es la libertad de expresión la que paradójicamente viene a garantizar la libertad de religión.

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