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Manos de prisioneros en los barrotes de una celdaShutterstock

Artículos de broma

Javier Cuervo

En el corredor no corre el aire

LaMar espera la ejecución y cada cierto tiempo le prorrogan la fecha, lo que viene a ser un contrato vital que renueva el Estado

Keith LaMar, afroamericano de Cleveland (Ohio, EE.UU.), 54 años, está preso desde 1995. (Tengo un recuerdo vago de lo que yo hacía entonces). Le iba insatisfactoriamente bien como traficante de «crack». Mató a un amigo de la infancia que entró en casa a darle el palo. Siente pesar por ello, pero no por otros cinco asesinatos, que niega haber cometido, durante un motín carcelario. Esos le han llevado al corredor de la muerte, en régimen de aislamiento, dentro de una prisión de máxima seguridad, donde pasa 22 horas diarias metido en una celda de 5,5 metros cuadrados, sin ventana. (Pienso asmáticamente en un mundo sin ventana ni ventilar). Las 2 horas restantes hace ejercicio en una estancia más amplia. A veces sale a un patio de paredes altas de hormigón con agujeros en el techo. (El aire libre tiene restringida su libertad en prisión).

Le dejan hablar por teléfono 8 horas al día. (Ahora ya no se habla tanto por teléfono, pero se escribe y se está atento al móvil, para sostener relaciones no presenciales. Todo el sistema está orientado a las charlas de pago). Cuando LaMar recibe visitas tiene que pasar un examen corporal: supongo que lo desvisten y le exploran los orificios. (Alguien decidió generalizar esas tareas al protocolo, por su seguridad de carcelero).

LaMar espera la ejecución y cada cierto tiempo le prorrogan la fecha, lo que viene a ser un contrato vital que renueva el Estado. Confiesa que no está preparado para morir. (Cualquier manera de vivir es vida, si lo percibe así quien la vive. Esa percepción es tan determinante como la del suicida, opuesta).

Le han ofrecido una ejecución en la silla eléctrica, la horca, el pelotón de fusilamiento, la guillotina o la cámara de gas. Las éticas farmacéuticas se niegan a vender los fármacos que producen la inyección letal y eso la saca de menú de ejecución. (Como responsable de su muerte, el Estado le ofrece un amplio catálogo de servicios y le concede la libertad de elección sin reparar en gasto energético ni de personal. En las dictaduras te matan sin dejarte elegir).

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