Reseteando

Genoveva y ‘Plácido’

Genoveva Casanova.

Genoveva Casanova. / EP

Javier Durán

Javier Durán

Me he tenido que tragar la repetición en La 2 de una entrevista a la gran vividora mexicana Genoveva Casanova, de actualidad por sus supuesta relación con el heredero de Dinamarca. Toda una televisión pública, pagada con los impuestos, le hace el favor a esta señorita de contribuir al blanqueo de su imagen. ¿Quién manda en este país? Pues seguramente el que llamó al Ente para que repusieran el programa en favor de ella y sus entretenimientos. De otra manera no se puede entender el interés por dicha reposición, dado que en la misma no se incluye la pregunta con más valor periodístico: ¿Está usted o no con ese señor? Sí dijo, o lo dijo en su momento, que el sexo no está sobrevalorado.

Esta especie de obertura estúpida para una noche televisiva se vio recompensada, y esto si que es serio, con Plácido de Luis García Berlanga, una película de 1961 que compitió por un Óscar con Como un espejo de Ingman Bergman. Una obra maestra que compensaba, sin lugar a dudas, del derrame de frivolidades de tono mayor proferidas por Genoveva, sobre la que me vuelvo a interrogar sobre cuáles son sus apoyos. Me cabrea tanto una censura de Vox a una obra de teatro en un municipio de Toledo, como la ligereza con la que los socialistas hacen de un canal de calidad una piltrafa, al decidir el director de Plano general, Jenaro Castro, que la linda mexicana tiene una segunda oportunidad.

Pero bueno, ya en Plácido, esa colonoscopia a un país lleno de tumores sociales, se ve la capacidad de influir de un notario o de un apellido. Esa cuña capaz de alterar el orden jerárquico, y a la que el transportista recurrre agobiado por el cumplimiento del plazo de una letra de cambio de su motocarro. Todo bajo una escenografía navideña marcada por la iniciativa de unas beatas de poner un pobre a la mesa de los opulentos salones de una burguesía sin gusto, una campaña patrocinada por un vendedor de ollas que se trae para la ocasión a una estrella radiofónica y a un grupo de cantantes de variedades. Un bodegón extraordinario donde Berlanga desnuda con fineza y morbo los estratos sociales, la desigualdad, la ignorancia, la religiosidad... La España negra, experta en mantecosidades aristocráticas, que aún se cuelan por los resquicios de las puertas y nos dan algún susto. Un paréntesis: encajaría, por ejemplo, el saludo de la Elena a su padre en plena calle, para la vistosidad mediática, con una señal medieval en la frente del emérito. Otra estupidez.

Hace un momento Genoveva dejaba su frase en la tableta: una invitación a mezcal y a tequila para templar lo nervios y desamores. Y ahora me encuentro hipnotizado con esta polifonía berlanguiana, una comedia ácida, corrosiva, sobre los ruidos que asaltan el estómago de los pobres en las navidades, y la perplejidad que le produce a los ricos ver cómo toman sin control sus viandas y espirituosos hasta el punto de averiar los retretes. Plácido lo único que desea con toda la fuerza de su alma es pagar la letra, ser una persona honrada, ajena al enorme ruido y dispendio... El objetivo es escapar hasta la casa humilde donde no les está esperando ninguna cena opípara y donde la enfermedad amenaza la respiración del bebé de la familia.

Sigue el acento dulce y tramposo. ¡Menudo periodismo de mierda! El entrevistador la llama por dos veces Cayetana, creyendo ver en ella una supuesta transmigración de la duquesa, o un desvarío de su exmarido Cayetano, un personaje plenamente excitante, por cierto, para una anatomía patológica de Berlanga, tan fumigador de los nobles a destiempo. Yo no tengo la culpa de esta coincidencia entre Genoveva y Plácido. Ha sido una atrocidad televisiva para la que no me encontraba en condiciones, sin echarme una peladilla a la boca y joderme el empaste. Sí, claro, todo es empastar y crear algo difícil de desempastar en este 2024 de miedo.

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