Objetos mentales

A noventa segundos

Reloj en la estación de Renfe en Barcelona.

Reloj en la estación de Renfe en Barcelona. / Elisenda Pons

Antonio Perdomo Betancor

Antonio Perdomo Betancor

Ocurre que de entre las cualidades con que la naturaleza dotó a la especie humana, la cualidad con que más se esmeró fue la de su propensión compulsiva a la violencia. Su disposición del acto reflejo apronta a la confrontación y la guerra. En la naturaleza humana la dicotomía agresor-agredido parece irresoluble. Y ante ese hecho irrefutable, es una posibilidad discernible explorar la posibilidad de operar esa «naturaleza humana» mediante técnicas de edición genética o la que arbitre la biotecnología futura cuando le sea propicia. Probablemente, si fuera posible, supondría una bendición par sus miembros, habida cuenta de su pulsión instantánea al usar el recurso de la violencia. Hay grados de violencia y grados de resistencia a la violencia. No obstante, cada sujeto la soporta en un grado que sólo el sujeto puede decir cuanto es soportable. Ese mismo factor de violencia, se incrementa de forma exponencial por la construcción masiva de armas letales, al punto de que las armas nucleares y biológicas pueden ocasionar la muerte de la humanidad cientos de veces.

¿Qué puede significar desde el punto de vista de su naturaleza de especie que haya fabricado artilugios capaces de generar su extinción muchas veces? Se me ocurre inmediatamente dos, a) que su rango de violencia intra e interespecífica es de un rango que sobrepasa el umbral crítico de supervivencia. Me imagino que las especies que superan un grado X de violencia las posibilidades de superar la fase de extinción son mínimas, por no decir cero. Probablemente el «Reloj del Juicio Final» define esa idea de lo cerca que estamos de la destrucción total. El reloj se puso en marcha en 1947 por el «Bulletin of the Atomics Scientists» por físicos del proyecto Manhattan: creadores de la primera bomba atómica. Actualmente el reloj está a noventa segundos de la media noche que representa la destrucción total de la humanidad. Y b), la necesidad de reducir ese riesgo, de lo contrario sobrevendrá la catástrofe.

Un observador externo, de existir, pensaría que la civilización humana se dirige directa al colapso. Frente a este escenario caben dos posibilidades. Una, no hacer absolutamente nada y dejar que la especie humana siga su curso de colisión con su destino. Que es lo que parece que ocurrirá a la vista de la firme determinación de posponer cualquier alteración del rumbo. Dos, la de moderar el estadio de violencia que imbuye a la especie.

Para abordar la segunda solución, carecemos de la tecnología pertinente para abordar la cuestión debidamente, pero no hay que descartar que la esencia en la que se funda la naturaleza pueda desvelarse y así corregir lo que haya que corregir y evite su auto-fracaso. En un cosmos vitalmente generoso tampoco sería algo extraordinario. Quede para aclarar la cuestión que en un sistema evolutivo existen «experimentos inviables» que resultan condenados al fracaso. En las especies y en los miembros mismos de las especies. A veces salta a las páginas del escaparate público de la prensa un animal que nace con dos cabezas, cinco patas, o un cerdo unido a otro por el vientre, o con malformaciones múltiples. Desde el sentido de esa misma perspectiva, una civilización puede resultar inviable por causa de un rango inviable de violencia propia, un planeta resultar inhabitable por su rango térmico incompatible con la vida, otro por su desproporcionada gravedad o debido a diversas formas combinadas de inviabilidad.

Ortega y Gasset en su ensayo «Meditación de la técnica» reflexiona acerca del hecho de que el hombre carece de nicho biológico en que sentirse confortable. El resto de los animales sí gozan de su nicho biológico por lo que están confortablemente instalados y tampoco se lo cuestionan. El hombre sí que se lo cuestiona y acaso puede plantearse no vivir si las condiciones de vida no le satisfacen. De hecho, el suicidio es una forma de renunciar a vivir una vida insatisfactoria. Pues esa sobre-naturaleza que el hombre crea para sí hace posible que haya donde no hay (Ortega y Gasset). Si no hay fuego, inventa el fuego; si no hay cuevas para guarecerse, fabrica una casa; y así… De modo que tanto como si falta como si a su naturaleza le sobra algo, por excesivo para su supervivencia, puede hacer que haya mediante la técnica. Como el de explorar un modo de ser humano menos violento y mejorar sus probabilidades de supervivencia y, si pudiera y supiera, por qué no hacerlo realidad. ¿Acaso la humanidad no lo ha hecho siempre, aunque a una escala más modesta? ¿Qué es la educación sino una forma de limar las garras de la fiera que lleva dentro, qué es la voz humana metafóricamente sino una modulación de los rugidos de las bestias?

Puede pensarse, y con razón, que tales intervenciones en la conformación de la naturaleza humana constituyen un ataque a la libertad. No es menos cierto que la libertad no es una figura absoluta que se despliega sin restricciones en las sociedades organizadas. Aquéllos que viven fuera de la sociedad viven una libertad entera, pero con la limitación que impone la naturaleza. En la sociedad la libertad, desde que el hombre se constituye en comunidad política concierne a toda la sociedad.