Reseteando

Hay gente que nunca abre un libro

Una persona curiosea los libros de la sección juvenil del Fnac de L'Illa.

Una persona curiosea los libros de la sección juvenil del Fnac de L'Illa. / ZOWY VOETEN

Javier Durán

Javier Durán

Tienen qué ver los móviles con el bajo índice de lectura que hay en Canarias? El barómetro de hábitos lectores, encargado por el gremio de la cuestión con datos de 2023, señala que un 58,3% de los canarios no abre un libro ni que lo maten. Estamos, como es habitual, por debajo de la media nacional (64,1%). Poli Suárez, consejero pepero de Educación, acaba de anunciar el apagón de los celulares de los alumnos, al considerar que son incompatibles y perjudiciales para el buen hacer educativo. El problema, dada la encuesta de los editores, no sólo radica en el consumo de porno, sino que al parecer hay niños y adolescentes que reciben clases sobre movimientos literarios y a los que se les exige las lecturas correspondientes. Probablemente, con gran esfuerzo para la comprensión lectora, llegan al final para lograr el aprobado. Pero parece que no cala: acaban y abandonan el libro como una estampida de búfalos, más bien directos al smartphone. ¿Y qué les dicen en casa? Bien, la investigación destaca que de esta mitad (y un poquito más) de paisanos canarios que no aciertan a distinguir entre una biblioteca y una zapatera, resulta que superan la cincuentena. O sea, son padres que dicen no tener tiempo para leer por el trabajo, por dedicar las horas libres al deporte o por lanzarse como posesos a la tablet, al celular o al canal de pago. No son ejemplo para sus vástagos, ni tampoco se les pasa por la cabeza aconsejarles alguna novela o hacer una defensa gallarda, por ejemplo, de Madame Bovary frente a las imbecilidades de un o una influencer que enseña sus capacidades para colorear macarrones. Se trata de la tormenta perfecta. El tratamiento no radica en vigilar que los móviles no se encuentren activos, sino en revertir los efectos provocados por la adicción a ellos: los mismos millenial, reconocen que les cuesta leer largas historias, son incapaces de retener el argumento, se impacientan, les perturba el grosor de los libros, echan en falta el material visual y poder saltar de un lado a otro en el mismo soporte. Y encima, ni respetan a un nobel ni saben quién es Kafka, ni les interesa.

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