Observatorio

Yo insisto

Más de 100 muertos en Gaza en las últimas 24 horas, más de 27.500 en toda la guerra

Más de 100 muertos en Gaza en las últimas 24 horas, más de 27.500 en toda la guerra / str

Adolfo Menéndez Menéndez

Hace diez años publiqué un artículo que titulé «El imperio de la ley». El tiempo vuela. Pasados los trabajos y los días yo insisto.

Me apoyaba entonces en la opinión de Bertrand Russell, «...El credo liberal en la práctica es un credo de vivir y dejar vivir, de tolerancia y libertad hasta donde lo permite el orden público, de moderación y ausencia de fanatismo en los programas políticos. Hasta la democracia, cuando se hace fanática, como ocurrió con los discípulos de Rousseau, en la Revolución Francesa, deja de ser liberal; por cierto, que una fe fanática en la democracia hace imposibles las instituciones democráticas, como se vio en Inglaterra bajo Cromwell y en Francia bajo Robespierre. El verdadero liberal no dice: ‘Esto es cierto’; dice: ‘Me siento inclinado a pensar que, en las condiciones actuales, esta opinión es probablemente la mejor’».

Me sentía y me siento inclinado a pensar que la Constitución Española de 1978, enraizada como ninguna en la voluntad de todos los españoles y dedicada a todos los españoles, es maravillosa, no solo por su técnica jurídica sino también y sobre todo por el espíritu que la anima, una sincera voluntad abrazadora, y las instituciones que de ella emanan son todas dignas de la mayor estima. Me sentía y me siento inclinado a pensar que nuestro futuro será siempre mejor respetando la ley que entre todos nos hemos dado.

Los juristas asistimos hoy, atónitos y beligerantes, a la reaparición de viejos argumentos, que desprecian el significado del Estado de Derecho, con evidente riesgo para la convivencia global. Las señales son inequívocas. El 6 de enero de 2021 se produjo el asalto al Capitolio de los Estados Unidos, que interrumpió una sesión conjunta del poder legislativo para contar el voto del Colegio Electoral y certificar la victoria de Joe Biden en las elecciones presidenciales de 2020. El 24 de febrero de 2022 Rusia invade Ucrania, vulnerando flagrantemente las normas del derecho internacional, lo que provoca la lógica y legítima reacción defensiva de Ucrania y el comienzo de un conflicto bélico que aún perdura. El 7 de octubre de 2023 Hamás perpetra un salvaje ataque terrorista en territorio israelí, dejando más de 1.200 muertos y secuestrando a 240 personas, la llamada «Inundación de Al-Aqsa» provoca inmediatamente la lógica y legítima reacción defensiva de Israel y una guerra que aún perdura. El 15 de noviembre de 2023 el tribunal Supremo Británico se pronuncia en contra de la expulsión de migrantes a Ruanda, lo que provoca una airada respuesta del primer ministro Rishi Sunak. El 24 de noviembre de 2023, el Boletín Oficial de las Cortes Generales, Congreso de los Diputados, publica la Proposición de Ley Orgánica de amnistía para la normalización institucional, política y social de Cataluña.

Todos estos hechos, y otros similares, tienen en común su voluntad de sortear, con mayor o menor sutileza, cuando no de vulnerar directamente, el imperio de la ley. Las razones que los motivan son de un manido clasicismo. Encontramos la voluntad de perpetuación en el poder, la voluntad de someter ilimitadamente a los vecinos por la fuerza, la falta de respeto a las decisiones judiciales, la culpabilización de las víctimas por las agresiones de sus verdugos, etc. El paraíso que ya nos contara Arthur Koestler en su inolvidable novela «Del cero al infinito».

George Steiner avisaba cuando decía que «hoy, se respira un aire peligroso en nuestro continente. Me produce un gran temor el viento xenófobo y antisemita que sopla en muchos países europeos. El odio al extranjero, la caza del judío, la apología de la autodefensa y de las armas, son los peligrosos signos de una terrible regresión, un preludio a la violencia».

Esto no debe llevarnos al desaliento o a la diletante melancolía; antes bien nos invita a defender aquello en lo que creemos: la libertad y el imperio de la ley que la hace posible. Estos hechos tienen en común la voluntad de socavar ese imperio de la ley, sí, pero también tienen en común, lo que es motivo para la esperanza, que la reacción frente a ellos ha sido inmediata y jurídica. Todos, de una u otra manera, desde los Derechos estatales o desde el Derecho internacional, han provocado reacciones que los sitúan «sub iudice», en sentido lato. Es decir que, al margen de las inevitables respuestas de fuerza provocadas por las actuaciones más brutales, hemos acudido a las respuestas jurídicas e institucionales, o sea al imperio de la ley, para superarlos. Habrá otros remedios, pero los juristas desde luego no estamos por ellos. Estamos enfrentando las fuerzas demoníacas en acción desde la razón jurídica. Solo eso, la fe en que nuestras instituciones son capaces de dar una respuesta efectiva a la barbarie es, repito, motivo de esperanza.

La confrontación central del siglo XXI es ya la de la libertad frente a la tiranía. Una nueva oportunidad para demostrar qué somos y en qué creemos, para demostrar que estamos dispuestos a defender, entre todos y frente a todos, no solo lo que tenemos sino sobre todo lo que somos y en lo que creemos, aunque para ello, una vez más, hayamos de hacer sacrificios. Sacrificios pequeños, desde luego, si consideramos que la alternativa es la regresión hacia una zona de penumbra o de violenta obscuridad para todo el mundo; es decir de sumisión y de esclavitud.

El apodíctico diagnóstico de Rob Riemen es difícilmente discutible, cuando dice que «este fascismo contemporáneo es, una vez más, la consecuencia de partidos políticos que han renunciado a su tradición intelectual, de intelectuales que han cultivado un nihilismo guiado por la búsqueda del placer, de universidades que no son dignas de ese nombre, de la avaricia del mundo de los negocios y de medios masivos de comunicación que prefieren ser los ventrílocuos de la gente en lugar de un espejo crítico. Estas son las corrompidas élites que han generado el vacío espiritual en el que el fascismo puede crecer otra vez».

La buena noticia es que, como siempre, depende de nosotros y solo de nosotros. Solo los simples, los abusones y los malvados confunden el silencio con la aquiescencia y la cortesía con la debilidad; porque lo cierto es que la Historia nos muestra que la libertad, el bien, la verdad, la belleza y la virtud no se han rendido jamás. Yo, insisto, no nos dejemos engañar y confiemos en el imperio de la ley.