Opinión | La suerte de besar

Mamá, la villana favorita

Mamá, la villana favorita

Mamá, la villana favorita / La Provincia

Hay una diferencia, a veces inmensa, entre cómo te ves tú y cómo te ve el resto del mundo. Siempre que salgo en una foto grupal, porque hace años que no tengo valentía suficiente como para autorretratarme, amplío la imagen del móvil para reconocerme. ¿De verdad soy ésa?, me pregunto. Pienso, ilusa de mí, que aparento ser más joven de lo que soy, pero está claro que no es así. El otro día, sin ir más lejos, una amiga de mi hermano me preguntó si yo era su tía. Él y yo nos llevamos ocho años. A la mañana siguiente, me compré unas pastillas de colágeno en las que tengo depositadas todas mis esperanzas.

Recuerdo cuando una tarde del siglo pasado fui a depilarme y la chica que me daba los tirones de cera afirmó que toda yo era puro músculo. Recuerdo, también, la satisfacción silenciosa que sentí al imaginarme siendo una mezcla mediterránea de Jane Fonda y Arnold Schwarzenegger. Todo lo contrario a cuando mi osteópata, ser maravilloso y profesional donde los haya, me informó sobre las descompensaciones, contracturas y vértebras enganchadas. Comentábamos la importancia de ganar fuerza muscular y, mientras sonaba el crack de un ajuste en las dorsales, me explicó que, a cierta edad, los cuerpos se convierten en un «desparrame». Los caminos de la imaginación son inescrutables porque, en ese momento, sentí cómo me transformaba en leche llegando a ebullición, saliendo de la olla y desparramándose entre los fogones. Menos mal que, al ver mi expresión de consternación, tuvo a bien profundizar en los múltiples beneficios de la madurez. Gracias.

Soy fan del discurso de Emma Thompson en la Berlinale de 2022. La actriz, que promocionaba la película ‘Buena suerte, Leo grande’, habló sobre su papel como mujer madura que descubre la sexualidad y lo que supuso desnudarse frontalmente ante las cámaras. Lo comparó a colocarse frente un espejo y mirarse. Tarea ardua, porque lo común es posar de lado, taparse con una toalla, estirarse las carnes o, simplemente, mirar de refilón nuestro cuerpo de hoy. Y la realidad es que, como dice mi tía María Antonia, nunca estarás mejor que ahora.

La mayor disociación entre lo que pienso que soy y lo que perciben los otros la vivo diariamente con mis hijos adolescentes. Cuando crees que eres una persona tolerante y que practicas la escucha activa, ellos te recuerdan que jamás entiendes sus verdaderas necesidades. Si piensas que eres una cocinera correcta, ellos te informan de que los espaguetis de menos de cinco euros que han probado en el bar de la esquina son los mejores. Tú, que te matas a practicar mindfulness, eres catalogada de madre que pierde los nervios. Tú, que piensas que vistes adecuadamente, eres todo menos fashion y tú, que tenías cierta mundología, no te enteras de música, ni de referentes culturales y tienes que preguntar varias veces que te repitan el nombre de esos youtubers tan famosos y cuyas voces resuenan por toda la casa a través de sus móviles. Una amiga y yo compartíamos anécdotas de carácter maternofilial cuando, entre risa y risa, me dijo: «Creía que siempre me verían como su superheroína. Hoy me ven como una villana. Su villana favorita». Ser un poco villana a los 51, sobre todo si eres la favorita de alguien, tampoco está tan mal.