Opinión | La suerte de besar

Desear el mal

De entre todas las cualidades que una persona puede tener, la bondad es mi favorita. No me refiero a una bondad ñoña y tampoco a una bondad que pueda confundirse con resignación o con quedar relegada a un último plano. Me refiero a esa clase de bondad que practican las personas bondadosas de verdad. Tiene que ver con la coherencia, con los principios y la empatía. Con pensar en las consecuencias que los actos y las palabras pueden tener o con tener en cuenta a los demás. Aspirar a la bondad las 24 horas de cada uno de los siete días de la semana debe de ser agotador, démonos un respiro, pero aspirar a ella no está nada mal.

Durante tiempo pensé que ser bondadosa se circunscribía a no incumplir ningún mandamiento, no cometer ningún pecado capital, confesarme a menudo y comulgar una vez a la semana. Pasé gran parte de la adolescencia y de la juventud sintiendo un cargo de conciencia generalizado. ¿Cómo no tener un mal pensamiento a los 14 años? La educación judeocristiana ha invertido demasiada energía explicando lo que no se puede hacer, en vez de fomentar todo aquello que sí se debe y puede hacerse. He ahí el motivo por el que no soy fan ni comulgo en exceso con la institución eclesiástica. No comprendo su gestión de los casos de pederastia, su rigidez para adaptarse a la sociedad actual, la poca complicidad con el feminismo o las personas homosexuales y su querencia excesiva por el lujo y los bienes materiales.

La guinda a mi decepción fue leer que dos curas de la archidiócesis de Toledo han sido reprendidos por desear la muerte del Papa. Bondad, ¿hay alguien ahí? Durante un debate entre cinco sacerdotes emitido a través de un canal en YouTube, uno de ellos afirmó irónicamente que rezaba mucho por el Papa «para que pueda ir al cielo cuanto antes». Todos rieron, algunos se unieron a la especial plegaria y el mayor de los bienaventurados acabó sentenciando: «Pues a ver si rezamos más fuerte». El arzobispo de la susodicha archidiócesis tuvo que salir al paso para mostrar su rechazo y aclarar, a través de un comunicado, que desear la muerte del Papa «no representa en modo alguno la línea de comunicación de esta Iglesia particular». Se equivocan incluso justificándose. Habría sido bonito leer algo más contundente y bondadoso. Pocas cosas me parecen más ruines que desearle la muerte a alguien que no piensa como tú. Puedo comprender el miedo que provoca en los sectores más rancios que se abran las puertas y ventanas de una entidad anquilosada, pero desear tanto mal es, diría yo, poco cristiano.

Mi abuela coincidió con una amiga de la infancia a la entrada de la iglesia. Ya había perdido casi toda la memoria, pero la señora quiso darle un abrazo y saludarla. Mi abuela la miró un rato largo y le dijo: «No te recuerdo, pero te miro a los ojos y sé que tú y yo nos hemos querido mucho. Y sé, también, que eres una buena mujer». Cuando íbamos hacia el banco le pregunté cómo sabía si alguien era una buena persona. «Siempre reconozco la bondad», me dijo. «Da serenidad y hace sentir bien. Sé buena y rodéate de buena gente». Y se santiguó. Desde luego, lo intento.