Opinión | Diccionario de sentimientos canarios

Paco Javier Pérez Montes de Oca

Amor de madre

Amor de madre

Amor de madre / La Provincia.

Desde el principio de los tiempos de la humanización a madres e hijos les ha unido un tipo de especial de relación. Estas se quedaban a resguardo junto al fuego, criando a los hijos, mientras los varones cargaban con el carcaj de flechas y lanzas en busca de carne para la prole. El vínculo entre madre e hijo ya comienza en el embarazo con un hijo deseado que, en caso contrario, ya afecta al feto en su psiquismo, en la misma proporción que una mala alimentación, droga o malos tratos sufridos por la madre. Se ama lo que se desea. El primer grito y llanto del bebé en brazos de la mamá que llora como descarga emocional de tanto hervor de hormonas en el momento del parto al que, hoy, si no hay impedimento médico puede asistir el esposo. En tiempos pasados participaba de otro modo singular en la antropología y psicología del hombre canario; En El Léxico de Gran Canaria de Pancho Guerra se lee: «se denomina así al marido de la parturienta en los primeros días después del parto. (…) Se aprovechaba de las ventajas alimenticias- caldo de gallina, vino dulce etc- que se daban a la mujer en tal situación». Repentino ataque de celotipia en Psicología actual. De inmediato llea la melodía de la madre canaria en la nana, junto a la cuna, para dormirlos. Es un canto que ya aparece, con ese nombre, en escritura cuneiforme de tablillas encontradas en excavaciones arqueológicas de Asiria. En Canarias se denomina Arrorró. El Diccionario del Léxico de Gran Canaria se define como «nana o canción de arrullo peculiarmente isleña, (Su modulación es algo libre; sin perder el motivo melódico esencial, en cada pueblo acunan a los niños con entonación diferente)». Uno de los signos del apego de gran importancia para el desarrollo posterior de la afectividad y personalidad del niño. Especial relación que se establece entre madre e hijo durante el primer año de la vida que Erikson llama «confianza primordial» garantía para el desarrollo de una persona sana. También ocurre en animales. Las ovejas y las cabras muestran ciertos rituales después del nacer que, si no se cumplen, no se realiza el apego y la cría puede morir o desarrollarse de forma anormal. El recién nacido, además de los brazos de madre, prueba la cuna, que un dicho isleño señala como primer contacto con la madera del humano, luego también de madera es la mesa para comer y por último la caja con la que lo llevan a enterrar. En estos primeros tiempos de infancia, la cuna, está dotada del suave vaivén, movimiento acompasado a impulso de la madre, junto a la canción para dormir al niño y atenuar su «perreta de sueño». Había madres que lo mecían con la punta del pie, la cuna al lado de la cama, mientras intentaban un embeleso y cuando creían que su nene ya soñaba con los angelitos retiraban el pie y se percataban de que no. Que el niño volvía a llorar, refunfuñar, porque había cesado la placentera oscilación. Porque las cunas estaban hechas para una compasada vibración sobre cualquier piso de casa de la época. Hoy se llaman Moisés o parquecito donde los bebés no acomodan oído y cerebro al ritmo que, en cierto modo, evoca el movimiento en el seno de la madre. Para el profesor de la Universidad de La Laguna Pedro Hernández, «la familia canaria se ha caracterizado por un fuerte influjo materno. (…) La madre perspicaz, intuitiva, activa, llena de energía», Para el profesor la estrecha relación de madre-hijo está llena de dulzura y suavidad de carácter una de cuyas expresiones de «mi niño o mi niña», ha devenido en una forma de ser canario. El nexo emocional de la ternura. El Diccionario de María Moliner la define como «una actitud cariñosa y protectora hacia alguien». Se observa al comprobar como el bebé sigue, con los ojos, moviendo las manitas, a su mamá, sonríe cuando se acerca, se incomoda y llora cuando se aleja o extiende los brazos para volver a ella cuando lo coge otra persona y entonces se dice que «extraña». Lenguaje gestual normal que supone un avance en la socialización. Se enoja, lloriquea. cuando se encuentra en brazos desconocidos. Primera simbiosis de madre e hijo que son «uña y carne» y cuya frase se dice entre amantes, familias y amigos leales para expresar afecto, fidelidad o lealtad. En los humanos es la madre la que responde, en un primer momento, a las necesidades y demandas del hijo. Ofrece protección, uno de los motivos de unión Hasta en las peores condiciones de maldad y ruindad que se puede encontrar un hijo, en la orilla de la vida, siempre será algo muy suyo, para una madre, al que perdona sus devaneos y hasta comportamientos que rozan la delincuencia. Lo expresa muy a las claras la sentencia de versadores argentinos de que «no hay hijo fiero para una madre». Las vivencias de los que fueron niños en los años de la posguerra civil hablan de la abnegación, el sacrificio y las privaciones sufridas por las madres de entonces, sobre todo si, por ser viudas, quedaban al pairo de toda ayuda, para criar a «un rancho de hijos». Ojos gastados para coser para los suyos y ajenos. Sirviendo en casas de gente rica y de alcurnia o respirando el olor a azufre y verdín, bajo un sol de justicia, entre los surcos de bancales de tomateras. Hoy la diferencia parece abismal. Una mujer y madre realizada, busca trabajo fuera de casa, libre ya de las ataduras de un pasado de injusticias y frustraciones. Que no es incompatible con ser madre solícita, cariñosa y preparada para responder a las necesidades de los hijos. Pero al llegar el otoño de la vida, que llega para todas y todos más pronto que tarde, hay momentos en que la tristeza se puede convertir en desencanto cuando, desaparecido para siempre su compañero, sus hijos e hijas criando a los suyos o en la emigración forzosa, se encuentra sola, viendo como pasa el tiempo detrás del visillo de la ventana, esperando la llamada de una voz amiga que le saque de su letargo de abandono. El trauma del «nido vacío», Que sucede hasta en las mejores residencias que, aunque sean de oro no dejan de ser «jaulas». Entonces se acuerda de los que tuvo en su hogar, tanto tiempo, como un regalo del cielo y aunque es «ley de vida» no deja de pensar en aquella amarga sentencia que dice «una madre es para cien hijos y cien hijos no son para una madre».