Opinión | Utiaca

Salvador Rubio

Niebla de la añoranza

Niebla en Maciot, a los pies de Los Ajaches (Yaiza)

Niebla en Maciot, a los pies de Los Ajaches (Yaiza) / Gustavomedinaphoto.com

De aquellos viajes hace ahora tanto, pero como me piden que los rememore diré en seguida cuál me sorprendió más, aquel del que tuve siempre una memoria más vívida.

Me dijo Juan Hidalgo que fuera, también me lo dijeron amigos suyos, algún periodista, personas con las que me encontraba en las calles y sabían de mis manías por paisajes, o sitios, donde no hubiera pasado nada, o por donde no hubiera pasado nadie que se hubiera visto obligado a dejar una huella.

Estuve, por aquellos tiempos, en otros lugares, en muchísimos; en La Palma estuve en el primer incendio de la tierra, por 1971, allí estuve también escuchando los mirlos cantar por Breña Baja, y en La Gomera sentí, a kilómetros de distancia, cómo era ordeñada una cabra en los altos de la isla.

Estuve, naturalmente, en las islas grandes, pero de El Hierro me llevé una sorpresa inmensa cuando observé, desde luego, cómo parecía hundirse un barco viejo al que la gente le otorgaba carácter de fantasma. Estuve, cómo no, en Fuerteventura, y comí arena de Cofete, que quizá ya no existe como comestible, pero que en aquel momento era como un poema que se ingería.

Me hablaron mucho de Lanzarote, pero ya había muerto César Manrique y la melancolía me mantuvo varado enfrente, en el monumento a Unamuno. Una poetisa que fue nacida en una de las islas chicas me incitó, con sus versos heredados de la infancia, a visitar las aguas cambiantes de Lobos, y en La Graciosa me leí, porque me lo regaló él, un libro de Aldecoa que guardo como si fuera oro de agua.

De todo lo que vi en mis viajes me sorprendió Utiaca. «Es un misterio», me dijo Hidalgo, y por eso estos billetes que me ha pedido que haga un amigo viejo, el director, se llamarán Utiaca. Porque sí.