Fue el parto más difícil de la Autonomía. Y a punto estuvo de dar al traste con la región diseñada para las Islas en la democracia. La constitución de la Universidad grancanaria en 1989 fue boicoteada a muerte por la de La Laguna, cuyos centros en Gran Canaria le fueron desgajados para integrar la nueva institución junto a los de la vieja Universidad Politécnica de Canarias, que había sido creada una década antes.

En realidad no era una cuestión meramente académica, ya que la llamada "cuestión universitaria", como antes igualmente la de las enseñanzas medias, había adquirido el carácter de representación simbólica de ambas islas mayores en un contexto de pleito insular exacerbado durante el periodo contemporáneo. A mediados del siglo XIX, las Islas se habían desconectado entre sí, dejando obsoleto su viejo mercado regional de capitales, bienes y servicios, para conectarse cada una por su cuenta con el exterior. La razón: el nuevo modelo capitalista, que abarató los precios internacionales hasta destruir toda supervivencia de unas producciones insulares rentables sólo en un contexto regional. Una relativa complementariedad pasó a pura competencia. No hizo falta más.

La división provincial de 1927 fue la consagración de ese modelo. Gran Canaria se desarrolló más a cuenta de su liderazgo comercial y, luego, turístico. Y desde entonces, hasta la llegada de la democracia en 1978, La Laguna pasó a funcionar para Tenerife como uno de sus dispositivos para mantener su cuota de preeminencia regional. Y monopolizó así la educación superior hasta unos extremos tales que, cuando los niveles de renta la generalizaron en los años setenta, éstos se hicieron insoportables ya para la sociedad grancanaria.

La Transición democrática, y su efecto de refundación de las Islas, inevitablemente trajo la demanda de una universidad grancanaria. El proceso paralelo de creación de la Autonomía, que fue el mecanismo de descentralización político-administrativo tras el franquismo, era vista, además, con enorme recelo sobre todo por Tenerife, que temía que Gran Canaria se hiciera con el control del nuevo poder regional. Y todo se hizo muy complicado.

UN ALTO PRECIO. El precio fue alto, entonces. Cuando la presión en la calle de decenas de miles de grancanarios la hicieron políticamente inevitable, Tenerife lanzó un órdago brutal: exigió en compensación el cambio de modelo isleño en Europa. Nada menos. Éste se había producido en 1986 con un saldo que se interpretó favorable a Gran Canaria, al primarse el trato a lo comercial. Y, en ese entonces, los sectores agrícolas dominantes políticamente en Tenerife exigieron la plena integración para acceder de modo inmediato a las ayudas al plátano. Ambos dossieres dirigían entonces la agenda política. Ambos eran cruciales. Y fue tal cual: lo uno por lo otro.

El resultado en términos de realidad educativa no fue otro que la completa desconexión entre ambas universidades, y una lógica de disputa irreductible por fondos presupuestarios.

TODO CAMBIA. Así sustancialmente han transcurrido dos décadas. Y, aunque al propio tiempo, a lo largo de esta época la animadversión inicial fue pasando al menos a una aceptación pasiva de la existencia mutua, tres factores esenciales han desencadenado finalmente un gran cambio. Es un giro copernicano que ha hecho de pronto que ambas instituciones aspiren ahora juntas a sacar a las islas de la crisis, mediante una gran propuesta de investigación y desarrollo. Se trata de la propuesta de Campus Atlántico Tricontinental, formulada ante el Estado para obtener las credenciales de excelencia que requiere toda plataforma de investigación internacional. Una inyección de ciencias marinas, astrofísica, biomedicina aplicada a la cooperación al desarrollo, energías renovables y nuevos turismos de alto valor añadido es la apuesta.

Los factores del cambio son el contexto de la época, una globalización irrevocable que hace inviable la supervivencia de una universidad canaria aislada de la otra. El segundo, la voluntad política de ambos rectores, José Regidor y Eduardo Doménech. Y en tercer lugar, una nueva mentalidad social que ha llevado a que sean, a partir de la directriz de arriba, los propios equipos de investigación de ambas universidades los que diseñasen los contenidos, desde abajo. Así que, como recalca el vicerrector de Investigación de la ULPGC, Fernando Real, "el trabajo de integración está hecho. La colaboración es real, tiene sus nombres y apellidos. Así que al margen de lo que salga [el Campus Atlántico], ya no habrá sido en balde".