- Más allá de la crisis, en Europa cada vez más países toman decisiones contra las normas europeas básicas (Alemania frena la entrada de pepinos españoles, Dinamarca veta la libre circulación de los inmigrantes...). ¿Se está desmontando la integración europea?

- Creo sinceramente que estamos en una situación de crisis real del espíritu de construcción de la Europa que querían los padres fundadores. Es verdad que Europa siempre se ha construido con crisis, pero que hoy tenemos esa crisis es evidente. Y el hecho de que determinados países, sobre todo aquellos que tienen un mayor peso político, decidan determinar el ritmo de la construcción europea e incluso se salten normas que hay revela una crisis de liderazgo en la dirección de Europa, en la Comisión Europea. Si hubiese una Comisión fuerte, que no se ha querido constituir, esos países no se lo podrían permitir. Si hoy hubiese estado al frente de Europa un hombre como Jaques Delors estas cosas no pasaban, porque había una autoridad política. Partimos de ahí. Y cuando eso no se produce desde Bruselas aparecen los movimientos exteriores de cada uno intentando lograr cuotas propias de poder, que es algo contrario al espíritu de construcción europea.

- Pero que no se produzca es una decisión política, del eje franco-alemán, además, ¿no?

- Claro que es decisión política del eje franco-alemán y de Inglaterra, que no quieren un poder europeo fuerte, no quieren grandes intromisiones en sus ámbitos nacionales. Y es un inmenso error, pues esos países que fueron fundadores de la idea de Europa adquirirían la máxima importancia si apostasen por Europa. Lo que ocurre es que todavía quedan muchas tentaciones nacionalistas. Y eso sólo se supera con más Europa, pues desmontando lo que hay no se va a ningún sitio. Las trabas a Schengen, al tratamiento del derecho de asilo o ahora mismo el freno a la circulación de productos hortícolas españolas son medidas que sólo podría, en su caso, ponerlas en marcha Bruselas.

- Es algo sancionable, ¿no?

- Lo que es evidente es que si se infringen las reglas se han de asumir las consecuencias, y eso incluye sanciones, evidentemente. Es cierto que se pueden tomar decisiones urgentísimas de carácter nacional si hay riesgo para la salud pública, por ejemplo, y es cuestión de decidir en horas, pero luego ese riesgo hay que demostrarlo, Bruselas debe ratificarlo; lo que no puede ser es cada uno por su cuenta, porque se está desmontando la Europa económica, política y social. Para mí esto es denigrar el proyecto europeo, que es importantísimo. Y lo estamos viendo también de modo evidente en la ausencia de presencia real de Europa en la crisis del Magreb.

- ¿Lo ve decepcionante?

- Sí, mucho porque son pueblos que están luchando por valores fundamentales del modelo europeo y Europa, estando a kilómetros, ha sido incapaz de liderar un movimiento de sostén para que los modelos autoritarios caigan. Todavía estamos a tiempo de recuperar terreno, de hacer un plan económico, pero, claro, como siempre ese plan lo ha liderado EE UU, ¿no podíamos haberlo hecho nosotros? Del mismo modo Europa tiene un papel importante que hacer hacia el Este, hacia Rusia, pero no tiene un mensaje político que ofrecer [en ese punto] tampoco.

- De otro lado, sobre la Europa social, las medidas de ortodoxia presupuestaria que los grandes estados europeos imponen ante la crisis están teniendo una amplia contestación social no sólo por los sectores izquierdistas de rigor, sino por una amplísima clase media.

- De hecho, uno de los problemas que he podido constatar durante mi experiencia como comisario [de Derechos Humanos del Consejo Europeo], y los estamos viendo ahora además, es que los valores fundacionales de Europa -libertad, justicia, etcétera-, y que hicieron la diferencia frente a los sistemas totalitarios, tanto comunistas como fascistas, han ido decayendo en Europa. Acabó el comunismo, parecía que el enemigo tradicional de la Guerra Fría desaparecía, las dictaduras de derechas del sur de Europa también cayeron y pareció que el triunfo de la democracia era absoluto. Y entonces comenzamos a transmitir otros valores a la sociedad -el triunfo económico, el éxito personal- y los valores colectivos, comunitarios básicos del modelo europeo, se han ido debilitando. De hecho, cuando se les ha sometido a prueba, los signos no han sido buenos. Cuando comenzó la lucha [internacional] contra el terrorismo la sociedad europea aceptó, con engaño, una rebaja de las libertades y de muchas garantías jurídicas, para ser más eficaz, lo cual era una trampa... Es al revés, se gana al terrorismo desde la plena legalidad democrática, como lo estamos viendo en España. Incluso se llegó a decir en toda Europa que un poco de tortura en la lucha antiterrorista para lograr información era algo razonable, y la opinión pública no reaccionaba.

- ¿Y a dónde ha llevado?

- Pues esta debilitamiento de los valores colectivos, democráticos, ha llevado al resurgir de movimientos xenófobos, racistas. No es sólo Le Pen, es Dinamarca, Austria, Holanda, son algunas zonas de Cataluña, son ciertas actitudes del Gobierno italiano. Hay muchas luces rojas de xenofobia y racismo que se nos encienden en Europa, en sectores de población que están sido sensibles a esos mensajes políticos contrarios a los valores europeos. Y, por último, como a eso se añaden las medidas de ajuste económico ante la crisis, el cóctel es explosivo, porque la tendencia más fácil es decir que es Europa que nos lo impone, cuando no es verdad, es cada país que no ha hecho los deberes cuando tenía que haberlos hecho: no se pueden atar perros con longanizas, como hemos hecho en España.